Cuando lo has dado todo
Leemos en el ARA que Jordi Turull ha explicado a RAC1 la “fugaz” –y nunca mejor dicho– venida de Carles Puigdemont a Barcelona. Dice, en primer lugar, que huyendo en coche, "no se saltaron ni un semáforo en amarillo".
Hombre. Que Turull diga que no se saltaron ningún semáforo en amarillo está de más. Evidentemente que no se saltaron ninguna. No me imagino a Turull cometiendo este vil acto ilícito y reprobable ni llegando tarde a la propia boda. Para Puigdemont escapándose al norte no lo habría hecho, tampoco. Pero es que, aparte, en Barcelona canta mucho más saltarse un semáforo que no saltárselo. Saco que, claro, seas el conductor de un patinete o una bici. Ahora bien, de lo que dice, lo interesante es lo otro: cuando pasaron por Girona "el presidente estuvo contando anécdotas de su alcaldía", pero cuando pasaron por el desvío que se agarra para ir hacia Amer, su pueblo natal, "costaba arrancarle palabras". Veamos. Si hay una palabra que me provoque narcolepsia irreversible, ésta es anécdota. Cuando en la tele entrevistan a un actor y le preguntan “¿Tienes alguna anécdota de...?” se me cae la cabeza. De hecho (ahora voy a contar una anécdota) siempre que los amables colegas me preguntan si tengo una, anécdota, digo que no, que ninguna, que ninguna. Pero esto sólo me ocurre a mí, porque, al parecer, todo el mundo está encantado de la vida de escuchar anécdotas.
Que a su paso por Girona, Puigdemont explicase anécdotas de la alcaldía entiendo que debía agotar el presidente –contar buenas anécdotas de una alcaldía tiene un mérito incuestionable–, sobre todo si alternaba la narración con la mirada atenta por el retro si les seguían. Y es por eso que a su paso por Amer quizás a Turull le costaba arrancarle las palabras. Es como cuando a los músicos les piden un bis. Hay un momento en que ya lo has dado todo y tienes que retirarte, dejando al público con el buen sabor de boca.