Hemos vuelto a fallar: ¿cuándo aprenderemos?
Esta vez no tenía que pasar. Se suponía que habíamos aprendido la lección. Pero no. Nos hemos precipitado otra vez y la hemos vuelto a pifiar. ¿Cuándo aprenderemos? El resultado de querer correr para asegurar la temporada turística y dar aire a la economía nos ha situado en el ojo del huracán de la quinta oleada. Catalunya es ahora mismo uno de los lugares de Europa con más contagios por covid-19, lo cual ya está suponiendo una parada en la llegada de visitantes. Somos una mancha roja en el mapa, y estados emisores de turistas como el Reino Unido, Alemania o Francia ya nos han puesto la cruz como destino no recomendado; la UE también ha dejado claro que es muy desaconsejable venir a Catalunya y que mejor que los catalanes no salgamos de nuestras fronteras. Con más de 1.000 contagios por cada 100.000 habitantes, tenemos una tasa disparada y que no remite. Se ha repetido el patrón de hace un año, con la verbena de Sant Joan como pistoletazo de salida. Pero esta vez lo podríamos haber previsto y, además, la curva de contagios todavía ha sido más acentuada que el julio pasado. Si no fuera por el adelanto de la vacunación (en eso sí que se ha ido a buen ritmo), la situación hoy sería dramática. La vacunación ha sido la red de salvamento, a pesar de que ya hemos aprendido que ni mucho menos es infalible: frena mucho la mortalidad, pero no tanto los contagios. De alguna manera, nos ha dado una falsa sensación de seguridad.
Ahora, pues, el panorama es preocupante en los CAP y en los hospitales, donde el incremento de ingresos tanto en planta como en las UCI ya está provocando la anulación de otros tipos de atención y de intervenciones. Y, como ya hemos dicho, también es preocupante para la economía, en especial para el sector turístico y de la restauración. Por querer pasar página demasiado rápido hemos acabado perjudicándonos. Y en estas prisas todo el mundo tiene responsabilidad: las autoridades sanitarias por no ser más severas, sobre todo teniendo en cuenta la irrupción de la variante delta; los sectores económicos por la impaciencia, quizás comprensible, pero al fin y al cabo perjudicial; el mundo político por querer dar buenas noticias a la gente y acabar así transmitiendo un mensaje de demasiado relajamiento; y la población en general por dejarse llevar por las ganas de verano, de ocio y vacaciones: es obvio que había una necesidad colectiva de libertad de movimientos y de sociabilidad, pero nos pasamos de la raya -y no solo los jóvenes- y ahora estamos pagando las consecuencias todos juntos. El fin de la obligatoriedad de la mascarilla al aire libre fue un punto de inflexión psicológico que ha acabado resultando muy contraproducente. Entre todos hemos propiciado la tormenta perfecta. Ahora tenemos otro toque de queda, la mascarilla está volviendo a la calle y el verano será de nuevo de perfil bajo. Esta vez deberíamos aprender la lección.