Un hombre gritando en un vagón

"¿Qué dices? ¡Qué dices, que estás repitiendo todo el rato lo mismo!", se desgañita el hombre. Tiene unos ojos azules intensos y gasta un bigote rubio mucho de los años ochenta. Los otros pasajeros del vagón (es de mañana y no hay muchos que acudan a Barcelona en tren) levantan la mirada de los móviles. El hombre no se da cuenta, hace como si estuviera solo y grita demasiado. "¿Es que cómo se puede ser tan tonta? ¿No ves que me estás diciendo todo el rato lo mismo?"

Se adivina que habla con su mujer y, de hecho, la voz, una voz de anciana, se oye un poco por el auricular. "¿Qué regalo? ¿Qué regalo, hostia? ¿Por qué debo comprarlo yo?", se exclama ahora. Una madre, al oír el transcurso de los acontecimientos, le dice al hijo, pequeño, que se van, que el señor grita demasiado. "Los Reyes son un detalle y tú, que eres tonta del culo, estás todo el día pendiente de tu hermana, tonta como tú! ¡Yo no le pienso comprar nada!" Mamá y el niño, por suerte, ya están fuera.

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Los otros pasajeros miran al suelo o cierran los ojos como si les doliera alguna parte del cuerpo. Un mal inevitable y puntiagudo. ¿Por qué llama tanto? ¿Por qué le da tanta rabia comprar regalos? ¿En qué momento, para este hombre de los ojos azules, que hace mucho tiempo se debía de enamorar de esa mujer a la que ahora llama "tonta", la Navidad se ha convertido en un trámite horrible? Tiene que ir a comprar una botella de colonia o un muslo de jamón barato, pedir por favor que lo pongan en una bolsa, no, no hace falta envolver, esa tonta no se lo merece, y cumplir. Cumplir gritando, ya no sabe hacerlo de otra manera. Cuelga el teléfono y dice, hacia todo el mundo y hacia nadie: "Es tonta, pobre…" Y ríe, sarcástico, porque esa risa, ninguna más, es la única que tiene, no tiene ninguna más. Sonreír como antes, no sabe.