Independencia e interdependencia estratégicas

Soberanía –o independencia, o autonomía– estratégica son términos intercambiables que denotan al conjunto de políticas públicas que son respuesta y adaptación a la nueva y acentuada incertidumbre geopolítica generada por la sucesión de retos que han sacudido el siglo XXI. Empezando por la crisis financiera de 2008 y continuando con la pandemia, la guerra de Ucrania, el desarrollo de la IA por los gigantes digitales americanos y chinos, los nuevos planteamientos sobre el orden económico internacional del presidente Trump y el surgimiento de China como gran competidor en productos de alta tecnología.

Dado que la adopción de un principio de soberanía estratégica condicionará mucho lo que hacemos o no hacemos, conviene analizar el alcance del concepto. Ofrezco dos observaciones:

1. La noción de soberanía estratégica no quiere ser un principio universal, como quieren ser, por ejemplo, los principios de libre mercado o descarbonización: si pensamos que son buenos para un país, se deduce que también son buenos para las regiones del país. De hecho, se entiende que son recomendables para cualquier país. En cambio, la soberanía estratégica debe llevar siempre la referencia al ámbito del sujeto político del que se predica. En nuestro caso su relevancia es a nivel europeo, que para mí significa UE y Reino Unido. A este nivel, es un principio que, bien aplicado, está muy indicado y fortalece a Europa. Una consecuencia paradójica del objetivo de fortalecerla es que ni Tarragona, ni Catalunya, ni España deben aspirar a esta soberanía. La adopción del principio fortalece a Europa, mientras que su adopción para los diferentes estados europeos debilita a Europa, ya ellos mismos. La soberanía estratégica es de naturaleza defensiva, y Europa no se fortalecerá si el talante dominante de los estados se desconfió y protegerse unos de otros. Para los que queremos jugar la carta europea –para mí, la única carta que merece la pena–, lo deseable es la independencia estratégica de cara al exterior y la interdependencia estratégica de cara al interior. Desde Cataluña y España lo que nos conviene es que Europa haga del programa de soberanía estratégica un eje de competitividad de su economía y que, al mismo tiempo, Cataluña y España se insertan lo más efectivamente posible en las cadenas de valor asociadas con este programa. También conviene que las instancias europeas pongan un énfasis similar en ambas facetas. Por ejemplo: de cara al exterior necesitamos disponer de estructuras propias –y derivadas de conocimiento propio– de IA o de satélites. De cara al interior, desarrollar infraestructuras pensadas para facilitar la eficiencia colectiva, y por tanto la interdependencia, de las economías europeas. En definitiva: impulsar con vigor el contenido de los informes Letta-Draghi.

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2. Impulsar la soberanía estratégica de Europa no debe confundirse con una ambición de autarquía o con el bloque de las ideas del proteccionismo clásico. Entre ellas podemos dialogar con la de la protección de la industria naciente –una idea que se apoya en la agenda de la competitividad y que se solapa con la de la soberanía– pero no más allá. La lógica de la independencia estratégica es la de la Seguridad con mayúscula: Europa no puede estar en situación de vulnerabilidad existencial si por cualquier razón pierde el acceso a algún proveedor externo o recibe la amenaza de perderlo. Los ámbitos de la defensa, la energía y las industrias digitales serían los más problemáticos. Como no todo puede hacerse al mismo tiempo, a la hora de desarrollar políticas habrá que poner en la balanza varios factores: lo extremas que son las consecuencias de la amenaza si ésta se materializa, cuál es la probabilidad de que se materialice, cuál es el coste relativo de tomar medidas disuasivas versus sustitutivas y, finalmente, cuál es el coste de éstas. A la hora de calcularlo debemos tener presente que no se trata exactamente de sustituir sino de adoptar alternativas –tecnológicas o de localización de la producción– que tengan un efecto similar a un coste que podamos permitirnos. También es necesario distinguir entre disponibilidad de capacidad –física y de experiencia– y producción corriente. Construimos desaladoras como opción de contingencia durante episodios de sequía pero, naturalmente, en todo momento priorizamos la provisión más económica, que sólo de vez en cuando será la desaladora. Del mismo modo, para atender graves desconexiones de aprovisionamiento –y para neutralizar la potencia de posibles amenazas– lo que necesitamos es poder poner en marcha en poco tiempo una opción alternativa segura.