La inmigración nos atañe

Junts ha hecho muy bien al reclamar las competencias sobre inmigración. El acuerdo alcanzado con el PSOE no tiene nada de racista, aunque los motivos tácticos que han empujado a los de Puigdemont tengan mucho que ver con el miedo a la competencia de la extrema derecha catalana. Pero quien tendrá que asumir las nuevas competencias no es Junts, sino la Generalitat, donde ahora gobierna el PSC. Esto es lo que cuenta.

Que la Generalitat tenga mayor poder de decisión en una cuestión fundamental es una buena noticia para cualquier catalanista. Es un éxito de la estrategia negociadora de Junts. Es de elogiar también que ERC se haya felicitado por el acuerdo y no haya caído en el error de emular a los de Junts cuando, con demasiada frecuencia, ridiculizan o blasman los acuerdos de los republicanos con el PSOE. Así ha ocurrido en los casos de Cercanías o la financiación. Es cierto que en estos dos temas está todo por hacer, pero también lo es que el acuerdo sobre la inmigración es una simple delegación de competencias, sin capacidad normativa, lo que abre muchos interrogantes sobre su alcance. No es nada nuevo.

Cargando
No hay anuncios

La reciente encuesta de usos lingüísticos ha puesto en el centro del debate la salud del catalán, lo que ha favorecido el relato de Junts, al menos en Catalunya: el acceso de los inmigrantes al catalán debería ser a su vez una exigencia y una bienvenida. En un país tan transitado como el nuestro, un extranjero que aprende catalán se convierte en un catalán más. Y esto no ocurre en todas partes.

La incorporación lingüística se da por supuesta en todos los países normales, pero como el nuestro no lo es, tal pretensión ha sido ridiculizada por la izquierda bienpensante (el Gran Wyoming ironizó diciendo que los inmigrantes deberían aprender a bailar sardanas y a comer calçots), y Ione Belarra, de Podemos, la ha calificado de "racista". Es la misma Belarra que era ministra del gobierno español cuando se produjo la masacre de la valla de Melilla.

Cargando
No hay anuncios

Incluso la derecha española se atreve a dar lecciones. García-Page (sí, ya sé que es del PSOE) ha expresado su "bochorno" por el pacto con Junts, que representa "la peor extrema derecha de España". Feijóo, por supuesto, ha advertido de que está en peligro la unidad nacional. En este clima aún duele más la reciente penitencia pública de Gabriel Rufián, cuando dijo que el independentismo se había equivocado "repartiendo carnés de pureza" durante el Procés. Una afirmación muy injusta que ahora, encima, puede servir de munición a sus adversarios.

Cargando
No hay anuncios

Dicho esto, cargar sobre los inmigrantes recientes, que son claramente el eslabón débil, la responsabilidad de la situación del catalán es muy injusto. Primero porque muchos de ellos quieren aprender catalán y no pueden; segundo, porque muchos catalanohablantes, después de siglos de sumisión lingüística, renuncian al catalán prematuramente para evitar incomodidades. En cambio, tenemos en el país a muchos miles de ciudadanos que llevan 30, 40 o 50 años en Catalunya y no han aprendido ni una palabra de catalán por un criterio político –"estamos en España"–, lo que demuestra una tremenda falta de empatía. Captar la buena voluntad de estos catalanes hispanohablantes es crucial para el futuro del idioma y para la cohesión social.

Si en los años sesenta y setenta del pasado siglo, cuando llegaron las grandes oleadas migratorias del resto de España, no hubiéramos estado bajo el franquismo sino en una Catalunya autónoma, con el catalán oficial y normalizado, la cohesión habría sido más fácil, como siempre lo ha sido en Catalunya, en su larga historia de incorporación de capital humano. El reto que tenemos delante, pues, es impedir la victoria póstuma del franquismo, y todas las herramientas de las que podamos disponer son bienvenidas.