Los de Tokio 2020, celebrados este 2021, habrán sido los Juegos Olímpicos de verano de la era moderna más atípicos y complicados. Hasta el último momento no ha estado claro si se celebrarían. Y hasta que acaben no podremos cantar victoria sobre si realmente han vencido el covid. Porque no se puede esconder que el peligro de contagio es elevado. Los deportistas están acostumbrados a luchar contra sus límites y contra sus rivales, pero ¿cómo se compite contra un virus? Pues lo están haciendo. Contra el coronavirus se compite, sobre todo, vacunándose y extremando las precauciones. El reto de los jóvenes atletas de todo el mundo es esta vez doble: tienen que demostrar su destreza en cada uno de sus deportes y tienen que ser ejemplo, ante el mundo, de prudencia y rigor sanitario para evitar contagios.
En medio de una organización que sufrirá hasta el último momento la presión de la pandemia, la cita deportiva más global ha arrancado en Japón rodeada tanto de polémica como de esperanza. No celebrar los Juegos, más allá de las consecuencias económicas que habría tenido para el Comité Olímpico Internacional (COI), para las grandes corporaciones televisivas, para las grandes marcas globales implicadas en los patrocinios y para Japón en su conjunto, se habría vivido como una derrota mundial ante la pandemia. El debate entre la prudencia sanitaria y la necesidad que la vida continúe no ha sido fácil. Ni tampoco ha resultado sencilla la solución para sacar hacia delante la competición: en pleno rebrote mundial del virus debido a la variante delta, al final se hace sin público. Las medidas de aislamiento de los deportistas, los periodistas y los organizadores se han tenido que extremar. Y aun así nadie tiene la certeza de que saldrá bien. La comunidad médica y científica mundial está preocupada.
Sin duda, habrá un antes y un después de los Juegos de Tokio, que serán más televisivos que nunca. A remolque de la pandemia, el deporte de masas también se está reinventando a marchas forzadas. Los estadios vacíos ya no nos sorprenden. El negocio se tendrá que repensar. Igual que no paramos de decir que el mundo pos-covid no será como el de antes, tampoco lo será el deporte, incluido el olímpico. En Barcelona y Catalunya ya podemos tomar nota a la hora de concebir la candidatura de los Juegos de Invierno de 2030. Lo que sí que se tendría que mantener y reforzar es el espíritu olímpico, que no va (o no tendría que ir) de banderas ni tendría que estar supeditado a un modelo de negocio insostenible –en términos climáticos y de infraestructuras que tienen que tener un sentido– y con sospechas de corrupción, sino que tendría que basarse en el deporte entendido como un lenguaje universal que agermana a personas y pueblos, que es cada vez más un escaparate para la igualdad de género y que da todo su valor al afán de superación individual y colectivo.
Ciertamente, el mundo no está para celebraciones ni fiestas, y aun así los Juegos de Tokio, que medio mundo volverá a disfrutar desde casa, son una señal de que de alguna manera saldremos adelante, combinando la imprescindible prevención sanitaria con la ilusión de siempre de los deportistas.