Ir demasiado lejos (o demasiado cerca)
Imaginemos que alguien me detiene delante de mi casa –vivo en medio de Barcelona– y me pregunta: "¿Usted cree que he llegado demasiado lejos?". Existen dos posibilidades. La primera, decir lo primero que se me ocurra. La segunda, dar cuenta a esta persona del carácter absurdo de la pregunta: si antes no me explica con claridad de dónde viene y dónde pretendía ir, la respuesta es imposible. Si me dice que viene de Tarragona y tenía la intención de llegar a Mataró, le responderé que todavía le faltan varios kilómetros para llegar a su destino; si quería ir a Cornellà, en cambio, le comentaré que ha recorrido más de su cuenta. Creo que el símil está bastante claro pero, por si acaso, propongo otros para empezar a concretar más. "¿El independentismo catalán ha ido demasiado lejos"? Si el objetivo programático del independentismo catalán es la consecución de un Estado propio la respuesta es muy sencilla: no, no ha ido demasiado lejos, sino todo lo contrario. Concretamos aún más: "¿la socialdemocracia ha ido demasiado lejos a la hora de regular los horarios comerciales?" Aquí habría gente que desde una perspectiva liberal diría que sí, y otras que considerarían, en cambio, que se trata de una intervención socialmente razonable. Etcétera. Para poder responder a este tipo de preguntas con un mínimo de rigor y coherencia es necesario determinar primero de dónde venimos, dónde estamos y dónde queremos ir.
La semana pasada leí varios papeles que tenían que ver con la pregunta "¿el feminismo ha ido demasiado lejos?". Me pareció curioso que nadie hiciera una reflexión referida a la imposibilidad de responderla sin disponer de las premisas adecuadas. Para saber qué significa "lejos" o "cerca" hay que especificar primero unas cuantas cosas, como en el caso de este peatón imaginario con el que nos hemos cruzado al principio del artículo. ¿Dónde quiere llegar el feminismo? Aquí el sujeto es equívoco. Existe un feminismo de raíz moderna-ilustrada que tiene como referente fundamental la idea de igualdad. Hay otro de matriz posmoderna-queer que se basa en el concepto de diferencia. Son dos planteamientos difíciles de conciliar; en cualquier caso, ahora no les entraremos a valorar porque hablamos de otra cosa y un simple apunte resultaría caricaturizador. Cabe remarcar, en segundo lugar, que a la hora de determinar si se ha ido poco o demasiado lejos es necesario distinguir entre igualdad y paridad. Tal y como lo entendemos hoy en un sentido político, la igualdad es una idea genuinamente moderna que deriva de la Revolución Francesa: Liberté, Égalité, Hermandad. La idea de paridad, en cambio, es premoderna y tiene que ver con una visión estamental de la política (recordemos la vieja expresión primus inter padres; "paridad" viene de aquí. Los cuatro primeros presidentes de la Generalitat eran eclesiásticos primus inter padres en el seno de una tríada de lo que por aquel entonces se llamaba "brazos"). Es importante señalar que el hecho de que una idea sea premoderna no significa que por fuerza sea absurda; a veces puede ocurrir lo contrario. Sea como fuere, la idea de igualdad moderna no coincide con la de paridad: garantizar escrupulosamente la igualdad de derechos no implica a la fuerza que aparezca una situación de paridad por arte de hechizo. Simétricamente, en determinados contextos, no siempre, forzar una situación de paridad puede suponer una vulneración de derechos. Lo resumo en un ejemplo muy concreto: hay políticas de discriminación positiva para que las mujeres tengan mayor presencia en el cuerpo de bomberos o en la policía, pero no porque los hombres se equiparen numéricamente a las mujeres en el ámbito de la enseñanza primaria. En Cataluña, los hombres sólo representan al 15% del profesorado de primaria; en los Mossos las mujeres representan un 23%, pero tienen reservadas el 40% de las plazas. La paridad a la carta consiste, precisamente, en yuxtaponer las nociones de igualdad y de paridad según convenga, arbitrariamente. ¿Son disfunciones como ésta las que generan malestar? No lo sé; supongo que también deben tenerse en cuenta otros factores para entenderlo en su globalidad. Lo que me parece una simplificación ridícula es afirmar que quienes no piensan como yo son todos machistas de extrema derecha; el argumento es muy pobre...
¿Ha llegado el feminismo demasiado lejos? Como feminista convencido creo que no: el horizonte de la igualdad –de la igualdad real, quiero decir, no de sus parodias posmodernas políticamente correctas– queda aún lejos. ¿El recorrido hacia ese horizonte posible está generando turbulencias y anticuerpos en cuestiones puntuales? Es evidente que sí. La conclusión razonable, pues, no es que deba ir contra el avance del feminismo, sino contra estas disfunciones concretas. No son imaginarias.