Una lengua no es una mercancía

Estos últimos días hemos asistido a uno de esos episodios que hacen que la política sea miserable, en lugar de útil y virtuosa, que es lo que debería ser. Me refiero a la impúdica y vergonzosa campaña del PP y de los sectores típicamente reaccionarios de España para dinamitar que el catalán tenga el estatus que merece como lengua oficial de la Unión Europea. Cuando el PP huele sangre en el cuerpo del adversario, se lanza como un tiburón para desmembrarlo y destrozarlo. Desgraciadamente, no se trata de una actitud nueva. Recuerda, punto por punto, su abalanzamiento contra el Estatut de Catalunya, hace veinte años, recogiendo firmas por toda la geografía española para descuartizar una iniciativa política que tenía mayoría en Les Corts y que después sería aprobada por el pueblo catalán vía referéndum. Entonces se trataba de echar a Rodríguez Zapatero de la Moncloa, hoy se trata de hacer lo mismo con Pedro Sánchez.

El grado de cinismo del PP no tiene límites. Ha pasado de "hablar catalán en la intimidad" cuando necesitaba los votos catalanistas en Madrid a disparar contra el catalán en Europa, no sea que el presidente del gobierno central dispusiera de un salvavidas que le hiciese flotar varios meses más en la Moncloa. Los populares confunden el catalán con una mercancía que puede canjearse a conveniencia de parto, o con una munición para debilitar o eliminar adversarios. Sin embargo, una lengua no es ni una mercancía ni una munición: es el corazón que bombea la vida de una cultura y de una identidad. También de la catalana, mal que les pese.

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Esta semana hemos visto cómo el reconocimiento del catalán en la UE quedaba nuevamente aplazado. Aunque esta vez parece que el gobierno español ha jugado sus cartas a fondo, no ha bastado para vencer reticencias y para doblegar intereses. Si las reticencias se pueden entender, aunque no aceptar, por el miedo de algunos países a establecer precedentes que puedan afectar a sus situaciones internas, no se puede afirmar lo mismo de los intereses, que tienen mucho más que ver con las luchas entre bloques ideológicos dentro de la Unión Europea. Resulta muy triste, y decepcionante, constatarlo cuando lo que están en juego son la existencia y el progreso de una lengua íntimamente injertada en la cultura europea, de la que los catalanes también somos destacados y perseverantes forjadores. Llevamos siglos luchando por sobrevivir como nación, y hoy, como ayer, se nos niega el pan y la sal para poder defender nuestra identidad en igualdad de condiciones. ¿En nombre de qué? Pues en nombre de intereses espurios y de miedos infundados.

Ciertamente, estamos ante un aplazamiento, y no de una negativa sin marcha atrás. Se puede y deben realizarse nuevos intentos para alcanzar el objetivo. Sin embargo, el regusto que queda después de esta ocasión perdida es más agrio que dulce. El tiempo va pasando y no hay que olvidar un aspecto esencial: estamos a mitad de la legislatura española, quedan, a lo sumo, dos años para las nuevas elecciones, y los incentivos por parte del PSOE para cumplir los pactos irán perdiendo intensidad a medida que se acerque el fin del mandato del presidente Sánchez. Este argumento sirve para el tema de la lengua en Europa, pero también para el traspaso integral de Cercanías, para la financiación singular o para la aplicación definitiva de la ley de amnistía, aunque esta última depende fundamentalmente de unos tribunales ansiosos de enmendar la página al gobierno español e incluso a las propias Cortes Generales.

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Muchas de las encuestas publicadas apuntan a una mayoría PP-Vox. El resultado no está escrito y la partida está abierta, pero desgraciadamente el aroma es éste. No me cabe duda de que si la derecha y la ultraderecha suman, gobernarán. Sin embargo, si en algún momento los populares tienen el propósito de no caer en las garras afiladas de Vox, y de poder ensanchar el horizonte de sus futuras alianzas, la conclusión es que, con el currículo que van acumulando, lo harán del todo imposible. El memorial de agravios que están edificando respecto a Catalunya deja helado: campaña y recursos para cargarse el Estatut; negativa total a negociar un pacto fiscal; montaje de la operación Cataluña para destruir ideas, partidos y personas; espionaje masivo guiado por la misma voluntad de destrucción; suspensión de la autonomía catalana por la vía del artículo 155 de la Constitución; máxima represión y violencia contra la voluntad de muchos catalanes de votar en las urnas, en consultas o referendos; presión sobre todo tipo de tribunales para endurecer las penas contra los soberanistas; cruzada contra los indultos o la ley de amnistía; y ahora, para poner la guinda a la tarta, campaña miserable para impedir que el catalán sea lengua oficial europea.Con este bagaje, cuando llamen a la puerta, ¿quién podrá o querrá abrirla...?