Llamadle estafador a secas
La semana pasada irrumpieron en la televisión dos personajes grotescos. Una es la señora del anuncio de Don Piso que amenaza al marido. Hasta ahora estas relaciones de pareja tóxicas en el ámbito publicitario que justifican la venta de cualquier producto las teníamos que aguantar en las caducas muletillas de radio. Repentinamente, la imagen antigua, el sonido enlatado y la mujer colérica que nos obliga repetidamente a llamar a Don Piso mirándonos a los ojos ha irrumpido en la parrilla con una agresividad insólita, provocándonos un viaje al pasado incómodo y desagradable.
El segundo personaje grotesco ha sido un tal Albert Cavallé, conocido desde hace años en Telecinco como el Estafador del Amor. Se trata del farsante que se aprovechaba económicamente de las mujeres que seducía con el fin de estafarlas. El jueves se celebró el juicio por la denuncia de una de sus víctimas, a quien presuntamente estafó hasta sesenta mil euros. Sobre él pesan tres sentencias acusatorias y las denuncias de veintitrés mujeres.
La manera en la que las televisiones tratan este caso es profundamente inquietante y despreciable:
Modelo de pasarela: El mismo estafador se pasea ante las cámaras que lo esperan en el juzgado como si anduviera por una alfombra roja. Se exhibe y atiende a los periodistas con la soberbia de una estrella del rock. Además, incluyen fotografías de las redes sociales del individuo donde aparece en posturas como de modelo publicitario.
El disfraz para llamar la atención: Esta vez el personaje ha aparecido luciendo unas grandes gafas –de sol o de leer– que podrían parecer de esquiar o de soldar. Curiosamente, la estética la podemos asociar a una versión urbana del Zorro, transformado en un héroe modernillo de pacotilla que necesita ser identificado rápidamente.
La gracieta: En los magacines matinales el caso es abordado con una sonrisa bajo la nariz. Las barbaridades que suelta el interfecto, propias de un narcisismo patológico, convierten la historia en una comedieta que hace reír a los tertulianos del Ana Rosa en Telecinco. De hecho, este estafador es un clásico del programa.
El peligroso apodo: Mezclar el amor en todo ello forma parte de la cultura machista. Atribuirle el título de Estafador del Amor es romantizar, suavizar y justificar una estafa económica sin paliativos.
El espectáculo: e Entrevistas como la de 8maníacs en 8TV este domingo, donde se permite al acusado cargar todavía más contra sus víctimas, acusarlas de mentir, justificar sus estafas e incluso atribuirse a él mismo el rol de víctima, son esperpénticas.
Lo que es obvio es que las teles privadas también se están rindiendo a la seducción de esta masculinidad tóxica asquerosa que gasta el individuo. Le atribuyen una autoridad inexplicable solo porque se deslumbran con su prepotencia, chulería y retórica, y convierten al predador en una estrella de la pantalla que garantiza diversión.