El tono de Matías Carnero en el mitin del PSC hablando de Puigdemont fue fanfarrón, burlón y con esa valentía de quien sabe que tiene detrás la garantía del Estado. Qué seguridad debe dar hablar de maleteros cuando sabes que tus palabras harán felices las opiniones públicas y publicadas madrileñas. Y, por tanto, con qué tranquilidad se pueden reír y aplaudir estos excesos por parte del auditorio, con Salvador Illa a la cabeza.
Es el tono de pincho que ya utilizaba Alfonso Guerra cuando venía a Santa Coloma de Gramenet en los años ochenta y decía que Pujol parecía Gargamel. Es el tono insultante que ha usado toda la vida Ciutadans y que ahora sirve para sellar cualquier trasvase de votos como el que el PSC ha experimentado hacia la derecha nacionalista española durante los años del Proceso.
Resulta significativo que la semana que empezó con Pedro Sánchez teniéndonos pendientes de si plegaba para que la máquina del barro la ahogaba como político y como persona, acabe con un mitin socialista en el que se maneja esa misma máquina del barro. Que un sindicalista esté tan a gusto con la versión de la policía que pega y de la máquina mediática que ensucia, sin consideración alguna por la gente que vota, es aún más disonante. El Estado, ofendido tras la incompetencia con las urnas, y que como veía que si le escapaba al extranjero el presidente de la Generalitat, quiso convertirlo en un muñeco de trapo que todo el mundo pudiera apalear. Repetir la mentira del maletero no es el comportamiento del regreso a la civilidad que se predica.