Mejorar la formación de los maestros es posible

Si queremos una educación de calidad, es preciso prestigiar de verdad la profesión docente. Es decir, garantizar una formación inicial que sea rigurosa. No hay sistemas educativos de éxito sin maestros excelentes, ni maestros excelentes sin una carrera suficientemente exigente para que atraiga a estudiantes brillantes y vocacionales. Los países que lideran los resultados educativos lo tienen claro: sólo acceden a los estudios de maestro los mejores expedientes, el profesorado es seleccionado con criterios claros y los estudiantes reciben formación intensiva y mentoría de calidad. Sus facultades de educación tienen un fuerte compromiso con el rigor académico y reconocido prestigio.

En Europa, Finlandia, Estonia, Irlanda, Portugal y Países Bajos han consolidado modelos sólidos de selección y formación: acceso exigente, programas universitarios que también lo son, prácticums supervisados ​​y una cultura profesional en la que la evaluación formativa –entre iguales o con mentores– es algo habitual. Son las rutinas de la excelencia: la reflexión sobre la práctica, la indagación docente y la colaboración entre maestros puestas en el corazón de la profesión, generando entornos de confianza para aprender y crecer profesionalmente.

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En Cataluña, aunque afirmamos valorar a nuestros docentes, la imagen social de los estudios de maestro sigue siendo deplorable. Convertir a este círculo vicioso en un círculo virtuoso exigiría elevar la ambición de las facultades de educación, reforzar su prestigio académico y situar la formación docente en el centro de cualquier proyecto de país que quiera garantizar el éxito educativo.

Las propuestas de la Conferencia de Decanos de las Facultades de Educación (CoDE) han reabierto el debate sobre la formación inicial. El Libro blanco plantea alargar magisterio hasta cinco años con un master de especialización e introducir una prueba específica de acceso al grado. Mejorar la selección previa es un paso en la buena dirección y se alinea con lo que proponía hace años para Cataluña el Programa MIF, en línea con los sistemas de alto rendimiento que valoran competencias de comprensión lectora, razonamiento y aptitudes profesionales antes de entrar en los estudios.

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El MIF es un programa de mejora de la formación de maestros impulsado en 2013 por el Consejo Interuniversitario de Cataluña y el departamento de Educación, con la participación de todas las universidades públicas y privadas. Ya en 2016 propuso acciones estratégicas para reforzar la formación del profesorado, entre las que destacaba una estructura común para todos los docentes –de infantil a secundaria– basada en grados de tres años y un máster de dos. El último año iba a ser una residencia en un centro, selectiva y con un plan formativo de inmersión profesional, en estrecha colaboración entre universidades y Departamento. Habría que recuperar ese planteamiento y valorar de nuevo su vigencia.

Ahora bien, ¿el debate debe centrarse en añadir años? ¿O al añadir contenidos como la inclusión, la educación emocional o la digitalización? Quizás la clave sería una nueva cultura docente: maestros reflexivos, capaces de indagar sobre su propia práctica, de tomar decisiones fundamentadas en contextos complejos y de generar nuevo conocimiento. Los maestros deben ser profesionales capaces de trabajar en entornos educativamente difíciles y seguir formándose a lo largo de la vida. Como recuerdan en su último libro Jaume Cela y Joan Domènech, los docentes aprenden sobre todo de la experiencia, la observación y la reflexión sobre la práctica, y no tanto del registro, la estadística o la evidencia científica. No se trata de aplicar manuales, sino de acompañar a futuros docentes para que resuelvan problemas y se adapten a realidades cambiantes.

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Varios países europeos y de fuera de Europa lo hacen así. En Gran Bretaña se puede acceder a la docencia con un grado universitario en cualquier disciplina (cualquiera: un grado de historia, biología, ingeniería, economía...) seguido de un posgrado docente (PGCE o máster), prácticas estructuradas y residencia con mentoría de dos años. Es decir, seis años de formación: tres años de grado más uno máster y dos de residencia (con sueldo). Este modelo pone énfasis en la selección previa, la calidad pedagógica y la innovación, en lugar de insistir en el grado inicial. Experiencias como Teach First muestran que, si las universidades no se ponen las pilas, otros organismos y redes de escuelas ya forman docentes y generan vías alternativas que pueden captar a los mejores candidatos.

En Cataluña, habría que reforzar la colaboración entre universidades y centros educativos: profesorado universitario con experiencia escolar real, maestros en activo implicados en la formación, prácticas de residencia en centros de referencia y equipos mixtos que desarrollen proyectos de innovación e investigación. Como apuntaba el Programa MIF, es necesario superar la separación artificial entre primaria y secundaria: la complejidad de la docencia es alta en todas las etapas y es necesario un modelo coherente de grado + máster + residencia que permita movilidad y desarrollo profesional continuo.

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Pero estamos lejos: a pesar de la abundancia de textos y estudios que orientan hacia dónde debería ir la formación inicial, las facultades continúan demasiado alejadas de la realidad escolar. Sólo avanzaremos si universidades, administración y escuelas trabajan colaborativamente y crean un tercer espacio de formación e innovación que actúe como un verdadero laboratorio de práctica e investigación educativa.