Lo de Melilla es normal
Estos días nos asaltan imágenes de cuerpos amontonados, de cuerpos que quizás seguían muriendo mientras eran golpeados por agentes marroquíes. Imágenes de las devoluciones en caliente y de las fosas comunes en las que fueron enterrados. La primera repuesta del presidente del gobierno fue que “la operación” –la matanza– estuvo “bien resuelta”. Hasta la ONU pide una investigación.
Lo que ha sucedido puede parecer excepcional, pero responde a la lógica de la frontera sur cincelada a base de concertinas, porrazos, botes de humo o pelotas de goma en la piel de los que saltaron la valla. Es la normalidad. Esos cuerpos no se convierten en imágenes siempre, solo a veces, y para serlo tienen que aparecer como cuerpos amontonados que los agentes golpean cuando a penas pueden moverse. Han de morir 37 a la vez en vez de gota a gota para que aparezcan en los informativos y el presidente pueda felicitarse públicamente por la efectividad de sus agentes de seguridad desplegados a ambos lados de la frontera, los de España y los de Marruecos, todos al servicio de “proteger” nuestra frontera. Proteger matando, porque la lógica es de guerra.
La normalidad de la frontera española es la de al menos 4.400 personas muertas intentando llegar a nuestras costas el año pasado –un 103% más que en el 2020–, según datos de la ONG Caminando Fronteras. Lo normal es morir cruzando la frontera marítima, lo extraordinario es salir en los telediarios porque lo habitual no es noticia. La mayoría tampoco queremos que nos recuerden que pasa a diario porque implica tener que derrotar el discurso omnipresente del “no cabemos todos”, “vienen a invadirnos”. Y no es un discurso que el presidente le copie a Vox, es la política de frontera de la UE desde hace años. Es lo normal. Lo que Vox dice, la frontera lo ejecuta, con cualquier gobierno.
El PSOE no dice invasión, pero si “efecto llamada” y sobre todo habla de “mafias”. “Hay que ser contundentes en inmigración, detrás hay mafias”, ha dicho Margarita Robles. Las “mafias” son ese truco retórico, esa excusa que sirve para tratar a los migrantes como delincuentes, para lanzar toda la fuerza contra ellos, para dejar de rescatar pateras. Es la misma excusa que se usa para perseguir a los manteros –las mafias de las falsificaciones de camisetas y bolsos– y a las prostitutas –las de la trata–.
En toda Europa es el marco perfecto que permite asociar migraciones, manta y prostitución con delincuencia, una simple justificación para la criminalización de actividades con la que la gente pobre se busca la vida, trata de sobrevivir, huye de guerras. Una justificación para legitimar atrocidades y detenciones. Gracias a la magia del discurso –de las “narrativas” que dicen los políticos– no estamos castigando a migrantes, manteros o mujeres pobres, sino que los estamos “protegiendo” al tiempo que los perseguimos, los matamos, los multamos o encarcelamos en CIE. Lo normal. El PSOE no dice “no cabemos todos” dice “estamos luchando contra las mafias”. Lástima que los mafiosos no mueren, mueren los migrantes.
Dinamarca e Inglaterra pretenden deportar a inmigrantes a Ruanda –incluso a solicitantes de asilo–. “No nos detendrán en nuestro empeño de acabar con el tráfico ilegal de personas y, en último término, de salvar vidas”, ha dicho la ministra británica Priti Patel como coartada. En este continente se protege a los migrantes enviándolos a África para alimentar una nueva especialización económica solo apta para lugares paupérrimos. Lo que España externaliza a Marruecos es la parte más brutal de la contención migratoria, aunque por desgracia, existen ejemplos a la altura a este lado de la valla, como la tragedia de El Tarajal.
Detrás de la inmigración no hay mafias, hay personas que migran. Sin políticas migratorias restrictivas tampoco existirían estas mafias, cuyo negocio consiste en cobrar a gente desesperada por cruzar fronteras. Si los que conducen el negocio de atravesarlas a pie o en patera son brutales es porque las condiciones de la frontera también lo son y sobre todo, porque la consideración de los migrantes irregulares como vidas descartables se lo permite. Las imágenes de las fosas comunes marroquíes así lo afirman. Imágenes que en el país de las cunetas tienen por cierto una resonancia especial. Lo normal para estos migrantes es morir y no dejar ni una tumba ni un cadáver. Pero aunque los discursos políticos sirven para sepultar la verdad, lo “normal” no tiene por qué seguir pasando. Quizás solo tenemos que creérnoslo.
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