El miedo a la propia sombra (1936)
Piezas históricas
Del artículo de Agustí Calvet, 'Gaziel' (Sant Feliu de Guíxols, 1887 - Barcelona, 1964), en 'La Vanguardia' (12-VI-1936). Es la penúltima pieza que publicó ese periodista antes de la rebelión militar y el estallido revolucionario del 18-19 de julio de 1936. Traducción propia. Hoy hace sesenta años de la muerte de Gaziel, el director de 'La Vanguardia' que desde posiciones liberales sobresalió en el ejercicio del llamado periodismo de orientación antes del derrumbe republicano del verano del 36 que le empujó hacia el exilio.
Todo el mundo habrá observado este fenómeno: no pasa día sin que las fuerzas de izquierda coalizadas políticamente pronuncien o escriban miles de veces la palabra fascismo. El caso constituye una verdadera obsesión. Se puede comprobar esto tanto en Francia como en España. De la misma forma que la conciencia cristiana de la Edad Media era constantemente imantada por el peligro capital del alma, por el enemigo invisible pero presente en todas partes: por el diablo; de idéntica manera, la mentalidad izquierdista de nuestros días sufre la continua alucinación del fascismo. ¿Y no es raro este hecho? Se comprendería ese tipo de preocupación si los frentes populares acabaran de sufrir una tremenda derrota o si tuvieran datos concretos que les anunciaran la inminencia fatal de un triunfo fascista. Pero precisamente ocurre todo lo contrario. Son ellas, las fuerzas de izquierda, las que han obtenido, tanto en España como en Francia, una victoria abrumadora. El Poder está en sus manos, todos los resortes gubernativos dependen de ellas, los parlamentos son dominados por sus mayorías, el país entero se encuentra colocado bajo su gobierno, incluso bajo su arbitrariedad. Entonces, ¿a qué saca hablar de fascismo? ¿Por qué temerlo? ¿No acaban de derrotarle en las urnas, y con gran medida? ¿No pueden esposarle cuando les dé la gana y de la forma que quieran? ¿No están ya encarcelados, incluso –al menos en España–, muchos de sus principales partidarios? Pues, repito, ¿qué miedo es ese? Que se pusieran a temblar a los fascistas sería muy natural. ¡Pero que tiemblen los antifascistas triunfantes...! ¿Qué misterio existe aquí? Muy sencillo. A los frentes populares les ocurre algo trágico: los creadores de fascismo son, sin quererlo, ellos mismos. [...] ¿Cómo no debe convertirse en una pesadilla, para los directores de un frente popular, la amenaza del fascismo, si son sus propias masas las que siembran la semilla? Nunca, en ningún país del mundo, los gobiernos dictatoriales han surgido en momentos de equilibrio y sensatez populares. Por todas partes y siempre las dictaduras se han producido arriba cuando había anarquía abajo. Mussolini nació de la infección proletaria que asaltó a las fábricas del Milanesado ante la apatía de un gobierno puramente nominal. Hitler brotó de los escombros en los que prácticamente se resolvían en Alemania las teorías y elucubraciones de la socialdemocracia. El fascismo no tiene otra cosa que su nombre ocasional. Se trata de uno de los fenómenos más antiguos de la historia política, y su verdadero nombre es reacción. Fascista fue Julio César. Y fascista fue Napoleón. Fascismo es, en el fondo, el bolchevismo. Cada vez que se pudre un estado social, de sus entrañas brota una dictadura férrea. Fascismo es, en el caso de España y de Francia, la sombra fatal que proyecta sobre el suelo del país la misma democracia cuando por su descomposición interna se convierte en anarquía. Cuanto más crece la podredumbre, más se agiganta el fantasma. Y la preocupación alucinada de que el frente popular triunfante experimenta por el fascismo vencido no es, por tanto, ninguna otra que el miedo a la propia sombra.