Un MIR para los profesores

Ser profesor es un oficio y, como cualquier otro, requiere dedicación y aprendizaje. Es un oficio maravilloso, potente, que incide con relevancia en la vida de las personas. Empecé a ser profesor en 1986, hace unos 40 años, y siempre me he sentido afortunado de haber tenido este trabajo. Sin embargo, en los años 80 ser docente no era lo mismo que serlo en el siglo XXI: el mundo ha cambiado… y habrá cambiado dentro de pocos años. El oficio no es fácil. Trabajamos para adolescentes, personas con una visión del mundo diferente a la que tenemos los adultos. Surgen conflictos. Hay que ser consciente de ello y estar preparado para afrontarlos y, a ser posible, resolverlos.

Hacer de profesor también aparece en la literatura catalana. Toni Sala publicaba Petita crònica d’un professor de secundària (2001) y, recientemente, Damià Bardera Incompetències bàsiques (2024). Son dos libros amenos, bien escritos, con eco mediático. Comparten una visión del estudiante como adversario del profesor, y lo aliñan con anécdotas que perfilan la toxicidad del sistema educativo, la bajada de nivel y la inutilidad de la innovación educativa y la formación del profesorado. Un tono diferente, opuesto, es el de Jaume Cela en Calaix de mestre (2004) o el de Va de mestres (2009) de Cela y Palou, maestros con una larga trayectoria y un tono ilusionante sobre el oficio.

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El discurso quejoso de la educación denuncia una bajada de nivel (que desde tiempos inmemorables no deja de bajar). La paradoja es que las voces críticas –que desprecian el aprendizaje por competencias– utilizan como argumento los resultados de las pruebas competenciales. Invito al lector a conocer las de 4º de ESO (solo hace falta un buscador y conexión a internet). Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de nivel? A menudo se lo he preguntado a compañeros quejosos del descenso y nadie me lo ha sabido explicar, o se han referido a pocos conocimientos y malas actitudes. Para mí el nivel se vertebra en cuatro habilidades: leer, hablar, escribir y calcular (añado la expresión corporal y plástica: educación física, musical y plástica son imprescindibles). Pero también en la curiosidad, la creatividad, aprender a pensar con espíritu crítico y saber comportarse éticamente (con los demás y con uno mismo). Y sí, nivel también es el bagaje de conocimientos y cómo se es capaz de utilizarlos para resolver situaciones cotidianas. Saber qué es una vacuna, expresarse en inglés, situar un lugar en el mundo o entender lo que supuso el franquismo en nuestro país es tan relevante como utilizar los puntos y las comas o calcular un porcentaje.

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Ser profesor requiere formación. No basta con ser filólogo, biólogo, físico… Hace falta conocer la didáctica de lo que se enseña, dominar metodologías que facilitan el aprendizaje y saber evaluarlo –conviene leer a la profesora Neus Sanmartí para comprender la evaluación–. Como en cualquier otro oficio, también se necesitan cualidades. No todo el mundo puede ser profesor, como no todo el mundo puede ser músico, carpintero o dibujante. ¿Y la vocación?, se preguntará alguien. En ese oficio la vocación es importante, pero no es suficiente ni imprescindible. He tenido compañeros con vocación que se han despeñado. Hace unas semanas, este diario publicaba el escrito de un profesor con experiencia, que razonaba por qué dejaba la enseñanza. También he tenido compañeros (más que los vocacionales) que no les gustaba el trabajo, pero lo llevaban a cabo con eficiencia y corrección.

La organización de los centros, los recursos, el currículum o las horas otorgadas a cada materia son importantes, pero no tanto como lo que hace cada profesor, día a día, en el aula. La selección y formación del profesorado es clave. Hay que revisar a fondo el acceso por oposiciones a secundaria. Un sistema selectivo y formativo como el de los médicos (MIR) sería más adecuado. En resumen: los méritos académicos tienen que contar, pero tiene que existir una formación inicial impartida, sobre todo, por maestros y profesores expertos, y un curso lectivo remunerado en un centro educativo (tutorizado por profesorado con experiencia), donde los aspirantes a profesores entren en las aulas y resuelvan si este es el oficio que quieren (y pueden) hacer. En todo caso, un trabajo en el que constantemente se evalúa también tiene que ser evaluado; es demasiado importante para que no lo sea. En un artículo reciente de este diario, la profesora Anna Jolonch apuntaba cómo se puede evaluar al profesorado.

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Por último, el departamento de Educación necesita mejorar: debe cuidar más a los maestros y profesores, porque son la esencia del sistema educativo. Es su responsabilidad elegirlos, formarlos y evaluarlos. También dotarlos de los mejores recursos y liberarlos de trabajos burocráticos. El nuevo curso escolar comienza y miles de docentes trabajarán con dedicación y entusiasmo todos los días en las aulas de los centros educativos del país. Démosles todo el apoyo y reconocimiento que necesitan para que hagan bien su oficio, para que ayuden a crecer y a hacer mejores a muchas personas.