Ser mujer es cansadísimo. No es victimismo. Nada más lejos para un ejemplar de las de la generación a la que exigían ser “fuertes y valientes” y que, si querían llegar a determinadas cosas, “tendrían que ser la excepción de la regla”, como escribe Nora Ephron. Sin victimismos, pero es cansadísimo todavía hoy estar rodeadas de mujeres exhaustas, permanentemente superadas por un cóctel de autoexigencia y de cargas construidas con expectativas propias y ajenas. Mujeres esforzadas en demostrar que por encima de su condición de género –o quizás a pesar de la condición de género y sus cargas– hay siempre un motivo que les permite “merecerse” el reconocimiento del otro.

Por suerte, poco a poco, las esforzadas retroceden a favor de una generación de mujeres cansadas de estar pendientes de cómo son percibidas por la mirada central, tradicional, construida todavía hoy con los ojos masculinos. Una mirada que otorga el reconocimiento profesional a una mujer cuando va acompañado de una cierta autocontención y discreción, y que choca con la renuncia expresa de nuevas generaciones, que han elegido no estar pendientes de la mirada de los otros, ni hacer lo que los cánones esperan de ellas. Sería lo que esta semana ha puesto de manifiesto la portavoz del Govern, Patrícia Plaja, que tiene atributos profesionales de sobra, pero ha quedado adherida a la pegajosa realidad.

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El mensaje

Que la reivindicación del cuerpo y la naturalización de la expresión de una misma son actos de conquista del espacio es una obviedad, pero también lo es que el medio es el mensaje. Hace años que lo aprendimos y los tiempos quizás no han cambiado suficiente. Una realizadora de televisión sabe que, por injusto que sea, una mosca, un rasgón, un escote o una bragueta abierta captan y monopolizan la atención del espectador y eclipsan el mensaje que la fuente quiere emitir.

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¿Alguien todavía no ha entendido por qué Angela Merkel o Ursula von der Leyen han elegido vestirse prácticamente de uniforme para ejercer su autoritas? Por injusto que sea, la expresión abierta de la feminidad es todavía una distorsión para muchas miradas y no hay censura cuando una realizadora experta tiene por objetivo que el mensaje sea tan nítido como sea posible y haya el mínimo de interferencias. Sabe lo que se cuece.

Esto no significa que las mujeres tengan que vestir como ellos ni que no se pueda actuar para normalizar su presencia en cualquier lugar. De hecho, hay mujeres en posiciones de relevancia pública que se visten con colores flamantes para destacar en las fotografías llenas de señores vestidos de oscuro. Destacar es poner de manifiesto la falta de paridad, especialmente en los ámbitos de representación política, económica y empresarial.

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Hay todavía mucho trabajo para las minorías y también para las mujeres. Se tiene que dejar de participar en foros no paritarios y de prestarse a aparecer en fotografías donde se exprese la realidad del control masculino de las organizaciones.

Las pequeñas y grandes humillaciones tienen que ponerse en evidencia. Humillaciones traducidas en abusos de poder o sexuales sea quien sea el protagonista. Es decir, lo contrario de lo que ha hecho Mireia Boya con la CUP, que ha priorizado la denuncia del gregarismo y la obediencia debida a un partido político. El caso Boya llama la atención por la solidez de la denunciante, que contrasta con la renuncia a la libertad de pensamiento y se expresa cuando la lealtad al conjunto se convierte en parálisis.

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Boya prefiere retirarse la misma semana que la artista Paula Bonet se aparta de la vida pública por miedo después de que su acosador haya salido de prisión. No son casos aislados.

Cosas serias

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Quería escribir sobre cosas serias de las que permiten mantener la credibilidad a una directora. Escribir sobre el tema del dosier de economía, que explica cómo las nubes de tormenta que se han formado en el horizonte han puesto en alerta a los actores de la economía internacional para intentar evitar un escenario de retardo generalizado con precios disparados. Explicar lo que la exportación necesita saber para continuar existiendo, cómo la guerra de modelos políticos por país interpuesto amenaza con un alargamiento del conflicto con Rusia. Temas interesantes, temas de hombres. Pero, claro, es imposible porque las mujeres nos solemos sentir interpeladas cuando los atributos que se valoran no son los mismos que los de los hombres.

“¿En calidad de qué has venido?” o bien “¿Por qué te ponen esta fotografía tan fea en el diario?” son solo dos de las preguntas de la semana que difícilmente habrían hecho a un director de diario por más apariencia de batracio que tuviera.

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Como siempre, este no es un artículo dirigido a los hombres ni contra los hombres. No hace falta victimizarse, pero sí asumir la parte de responsabilidad colectiva.