El parche Biden

No olvidemos que 70 millones de norteamericanos quieren seguir siendo liderados por un populista

Mónica García Prieto

E

l ascenso de Joe Biden no debe empañar una realidad incuestionable. Este viernes su rival, el radicalizador en jefe Donald Trump, ya había obtenido en estas elecciones más votos de los que logró Barack Obama -hasta ahora, el presidente más votado de la Historia de EEUU- en 2008. Trump ha recabado casi cuatro millones menos que Biden, es cierto, pero casi 70 millones de estadounidenses han expresado su apoyo explícito a un demagogo racista, machista, narcisista, mentiroso y pendenciero que acumula acusaciones de acoso sexual, rebate sin el más mínimo pudor a la ciencia y apoya el supremacismo y las conspiraciones al tiempo que azuza la división social.

Casi 70 millones de norteamericanos consideran deseable seguir siendo liderados por un populista que lleva cuatro años socavando los cimientos de la democracia y que expresa su abierta admiración por dictadores como Xi Jinping, Abdel Fattah el Sissi o Kim Jong-un y autócratas como Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan o Rodrigo Duterte. Y eso es un problema para la misma democracia de Estados Unidos y para el resto del mundo.

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Joe Biden supone un alivio para la otra mitad de castigados norteamericanos, consternados y desalentados por cuatro años de desgaste emocional a manos de Trump. Pero el demócrata no tiene una solución mágica para revertir el daño causado. La política manipuladora de Trump, que ha hecho de la desinformación, los bulos y la mentira su estrategia de poder, ya ha socavado la credibilidad de todos los cimientos de la democracia. Ha cuestionado al propio sistema electoral norteamericano arrojando sospechas sobre el voto por correo -no hizo lo mismo en 2016, cuando el mismo sistema le entregó la victoria pese a perder en voto popular- y ha desprestigiado a los tribunales, a los funcionarios -incluso a los de la Casa Blanca, antes de deshacerse de ellos-, al Ejército, a los medios e incluso a sus propios servicios secretos. Todo aquel que no le apoya de forma absoluta es un indeseable que merece ser destruido.

“En un sistema bipartidista, se necesitan dos partidos para reducir la polarización política y reparar las normas democráticas”, escribe el analista Larry Diamond, de la Hoover Institution, en Foreign Affairs. El Partido Republicano se retrató el mismo día en que apoyó al inexperto e imprevisible magnate como candidato, abandonando toda querencia por la política como gestión de la cosa pública -también las emociones sociales lo son- con tal de aferrarse a la Casa Blanca, y ahora se mantendrá al frente de un Senado con capacidad de obstrucción. Trump se encargó de dinamitar las reglas del juego democrático y la estructura republicana le aplaudió por ello. Ahora, su defensa de la integridad del proceso democrático que contradice las acusaciones de fraude podría jugar en su contra. "¿Dónde está el Partido Republicano? Nuestros votantes nunca lo olvidarán”, tuiteaba uno de los hijos de Trump. Es muy posible que no se equivoque.

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La brecha social marcada por la desconfianza y la intolerancia hacia el otro bando se antoja irresoluble. La frustración de los perdedores, sumada a la omnipresencia de armas y al uso masivo de redes sociales por parte de los grupos extremistas, hacen temer cuatro años de sobresaltos, salpicados de incidentes como el intento de secuestro de la gobernadora de Michigan Gretchen Whitmer. Además la pandemia -que rompe récords en Estados Unidos con más de 120.000 contagios diarios- requiere gastos extraordinarios que podrían ser bloqueados por los republicanos del Senado y augura una recesión económica atroz que empañará la presidencia de Biden. La necesidad de proteger la salud sobre la economía no será bien acogida por parte de una población convencida de que el covid-19 es un experimento chino, casi una invención de los expertos del sistema, y dará alas a esa mitad del país empeñada en defender sus libertades coartando las de los demás, si es necesario mediante las armas.

El escenario Trump 2024 acecha sobre Estados Unidos. Incluso si no se presentara, su incapacidad para admitir la derrota -no hay nadie que más odie que a los losers- hace presagiar años de inestabilidad, crispación y posiblemente episodios violentos a manos de radicales. QAnon ha sido declarada una amenaza terrorista doméstica por el FBI, pero también ha logrado que una de sus admiradoras republicanas sea electa en el Congreso. La presidencia de Biden es un parche necesario pero no una solución para unos Estados Unidos polarizados y espejo de un mundo dividido y vulnerable al aventurismo político de los populistas. Como apuntaba Paul Krugman en el New York Times, si se tratara de cualquier otro país con semejante nivel de disfunción política, estaríamos a punto de considerarlo un estado fallido.