La crueldad, el resentimiento y el odio conviven con nosotros, pero son difíciles de explicar. Para no tener que aceptar la maldad, el machismo, la codicia o la envidia, imaginamos que detrás hay alguna enfermedad mental. Así consolamos nuestro dolor y dormimos la conciencia, pero profundizamos en una grave injusticia al confirmar el estigma del trastorno mental.
Hace unos días un hombre mató a su mujer y a sus dos hijos de ocho años, asfixiándolos, en El Prat de Llobregat. Tras la conmoción, enseguida los titulares explicaron que "estaba deprimido". En una nota, el asesino confesaba los hechos y pedía perdón, perfectamente consciente de lo que había hecho. Se interpretó que, posiblemente, se vio superado por las circunstancias.
¿Quién no recuerda al copiloto de Germanwings que estrelló deliberadamente un Airbus en los Alpes franceses ese fatídico 24 de marzo de 2015, con 150 personas a bordo, muchas de ellas adolescentes? Se buscaron explicaciones a ese acto incomprensible, y la que más puntos ganó fue que sufría una depresión. Sorprende la cantidad de veces que los hombres que han asesinado a sus parejas en un ejercicio supremo de violencia machista eran encantadores, buenos amigos, agradables vecinos, pero que “se volvieron locos” o “no sabían lo que hacían” o “debían de estar enfermos”. Y lo mismo ocurre con abusadores, acosadores y todo tipo de agresores.
Sin embargo, no existe ninguna enfermedad que impulse obligadamente a matar o abusar de mujeres, niños o niñas, sino en todo caso un deseo de poder y omnipotencia que no contempla a los demás como personas sino como objetos. Ninguna depresión obliga a abusar y asesinar, sino que, por el contrario, estaremos cometiendo una enorme injusticia si depositamos sobre las personas con depresión la sospecha y el estigma de ser posibles agresoras. De hecho, los estudios realizados sobre violencia y enfermedad mental (como el riguroso metaanálisis de Elbogen y Johnson en 2009) muestran que las personas con trastornos mentales no tienen una mayor probabilidad de ser violentas en comparación con la población general, sino lo contrario. Además, los resultados indican que las personas con trastornos mentales tienen más probabilidades de ser víctimas de violencia que de perpetrarla.
Otros estudios de 2014 que analizan los factores de riesgo de comportamientos violentos en pacientes psiquiátricos concluyen que factores del entorno, psicosociales, como la historia de violencia familiar o los antecedentes de comportamiento violento anterior, son factores de riesgo mucho más predictivos de la violencia que la enfermedad mental.
El caso de El Prat de Llobregat no ha sido, lamentablemente, nuevo. Justo una semana antes, en Bellcaire d'Empordà (Girona) un niño de cinco años fue acuchillado mortalmente por su padre, que también atacó a la madre. El 2024 ya es el peor año en cuanto a violencia vicaria (se llama así la violencia que ataca a los hijos e hijas –o a otras personas– para causar un daño permanente y profundo a las madres, que son el verdadero objetivo de agresor). Solo en el primer trimestre han sido asesinados cinco menores en Catalunya. Se trata de una modalidad de machismo que siempre ha existido pero que ahora se pone de manifiesto mucho más mediáticamente. Esta reiteración muestra un patrón, un modelo de comportamiento para algunos hombres que vinculan su identidad con el poder supremo sobre su familia. Y una grave incapacidad para tolerar su cuestionamiento. Me parece que no padecen ningún tipo de enfermedad, sino una ideología muy interiorizada que hace que se consideren superiores y dueños de sus mujeres, hijos e hijas, sobre cuya vida tienen la potestad de decidir. Es decir, las enfermedades pueden estar presentes, pero no son las causantes últimas de los actos de abuso y crueldad, sino que son la ideología y maldad de algunas personas el origen de estas conductas violentas.
El profesor Adolf Tobeña habla en su libro Neurología de la maldad. Mentes predadoras y perversas de la existencia de un porcentaje de personas malas en nuestra sociedad. Antes que él, Freud había intuido las dos fuerzas constituyentes de la personalidad: Eros y Tánatos, el impulso de vida y el impulso de muerte. Ambas están presentes en los seres humanos y, por eso, a la vez que la bondad y la empatía nos calientan el corazón, la maldad y la crueldad nos lo rompen. Pero seamos idealistas: podemos crear un mundo que neutralice la psicopatía, el machismo; podemos educar diferente, podemos socializar mejor porque, como decía el poeta Jaime Rosales, nadie vuelve del dolor siendo la misma persona.