El móvil y tú
Te lo miras a él, a él. El móvil, que siempre, siempre, siempre llevas en la mano, te lo miras más que tu cara, que la cara de los que amas, que el paisaje (excepto si tienes que fotografiarlo). Estirarte en el sofá y mirarlo. Éste es tu ocio principal, el que te ocupa más horas. Por la calle, caminando, cuando sacas el perro, en casa, en la cama, en el inodoro, cocinando, esperando en la tienda, siempre, siempre estás mirando el móvil y sólo enviar, siempre, enlaces de cosas interesantes a todos tus grupos. Por tanto, no eres un misántropo, como proclamas. El móvil hace que tengas muchas ganas de "enseñar" cosas, pero ninguna ganas de aprender.
Nunca, en ningún momento del día, dejas de mirar la pantalla excepto si conduces o haces el amor (pero estás atento a los sonidos de alerta). No es una exageración. Ya no lees libros, ya no podrías estar tanto tiempo haciendo lo mismo. En los bares, donde dices que te gusta estar en soledad, no levantas los ojos de la pantalla, y si te quedas con poca batería le pides al camarero que te la enchufe.
Antes había amigos o miembros de la familia que veías una vez por semana o por la noche. Era normal preguntarles qué habían hecho, como había ido el día. Ahora no hace falta, porque todo lo sabes en tiempo real y con foto. El resultado de un examen, lo que ha hecho para comer a tu madre... No hace falta quedar en persona. Te aburriría, claro. La gente no habla a doble velocidad y no se puede cortar o silenciar. La última vez que has sonreído ha estado leyendo una broma en el móvil o haciéndote una foto con el móvil. En la vida real, para saludar, para escuchar, para decir adiós, fíjate: no sonríes nunca.
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