¿Cómo atraer a los jóvenes hacia el feminismo?

¿Qué feminismo queremos?
20/12/2025
Profesora de literatura portuguesa y brasileña en la UB. Investigadora de ADHUC.
3 min

Ya hace tiempo que las encuestas señalan un fenómeno social inquietante: el giro de los hombres jóvenes hacia ideologías de derechas tanto en los aspectos políticos como en los sociales, y el aumento, por tanto, del descrédito, la burla y el rechazo del feminismo, tendencias ambas que Xavier Bosch comentaba en un artículo de este diario.

No tengo suficiente formación en sociología para arriesgarme a analizar el aumento de posiciones políticas de derechas en este colectivo, pero soy feminista desde que tengo uso de razón y hace mucho tiempo que la aparición de términos como feminazi, y otros tan desagradables como éste, me hace sufrir y aún más después de leer que el 60% de estos jóvenes consideran que el feminismo "es un problema".

Hace más de 30 años Amelia Valcárcel, una de las voces más importantes del feminismo de la Transición, señaló que la agenda feminista incluía tres nociones básicas: equipotencia (igual poder social), equivalencia (igual valor social) y equifonía (que la voz de las mujeres tuviera la misma fuerza y ​​credibilidad). Me parece evidente que ninguno de estos tres parámetros se ha logrado totalmente, aunque ha habido avances innegables. El acceso al poder, al verdadero poder, todavía está lejos en política y en economía. El valor social de las mujeres sigue siendo muy relativo y, en cuanto a su voz, sigue sin ser escuchada con verdadera equidad. Yo añadiría un cuarto concepto: la equiseguridad, el derecho a ocupar el espacio público con la misma posibilidad de mantener la integridad física que tiene un hombre. Un parámetro puramente utópico si tenemos en cuenta que un 30% de estos jóvenes consideran la violencia machista, y supongo que los feminicidios, un invento.

El sociólogo Pierre Bourdieu, que estudió muy bien los mecanismos de perpetuación de las jerarquías en la sociedad, dijo que la responsabilidad de esa perpetuación recaía sobre la familia, el estado y la escuela. No me cabe duda de que la familia, muchas veces las mujeres de la familia, es perpetuadora de una jerarquía patriarcal y androcéntrica. Las estructuras del estado tienen, al menos, la responsabilidad de la hipocresía, del abismo entre lo que se dice y lo que se hace. Sin embargo, la escuela lleva más de 40 años tratando de educar en valores de igualdad y de respeto y no creo que inculque en el alumnado valores patriarcales. ¿Por qué falla, pues, su discurso y provoca rechazo a sus destinatarios? Me temo que una de las causas es que se ha convertido en un discurso blando, algo "acelga", un discurso funcionarial hecho desde el (ya poco) poder simbólico de los maestros. Y ese discurso no es creíble ni atractivo para los adolescentes, a los que genera rechazo y rebeldía. Por si fuera poco, el discurso de la escuela, frágil porque no tiene el apoyo de la familia ni de la sociedad, debe competir con el discurso potente, colorido y llamativo de las redes, que van exactamente en la dirección contraria.

¿Qué hacer? El problema es tan grande y estructural que creo que no tiene solución, pero al menos podemos intentar frenar un poco la tendencia. Creo que hay dos cosas que deben hacerse urgentemente. Una sería explicar bien a los chicos y chicas, sin ramplones nidisclaimers, qué les ocurre a las mujeres por el hecho de serlo, las formas de discriminación, violencia y menospreciación que sufren; explicarles que esto no les ocurre "a las demás", que les ocurre a ellas ya las mujeres que ellos aman. Y para que esto tenga algún efecto no deben hacerlo las mujeres, o no sólo las mujeres: deben hacerlo también los hombres. Creo que son el eslabón aún demasiado pasivo de esta cadena. Un chico que piensa que "el feminismo es un problema" nunca escuchará a una mujer, pero quizás sí a un hombre al que respete. El valor del ejemplo sigue siendo esencial, pero vamos escasos de ejemplos éticos. Cuando Hannah Arendt habla, en Sobre la violencia, de las revueltas estudiantiles de los años 60, dice tener un valor simbólico y ético muy alto porque son revueltas de privilegiados dispuestos a renunciar a sus privilegios o al menos a compartirlos. Ningún grupo de poder cede fácilmente los privilegios, pero si una parte de ese grupo de poder cree que su privilegio es éticamente injusto debe hacer algo para remediarlo. Otra cosa que me parece urgente es explicar a estos jóvenes que el patriarcado no sólo es malo para las mujeres, sino que es un corsé que a ellos también les limita y coacciona encarcelándolos en unos roles arcaicos que les harán infelices. Quizás así el feminismo dejará de ser "una cuestión de mujeres" y empezaremos a revertir los datos de estas encuestas aterradoras.

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