Basta de ser Mr. Scrooge
Es muy difícil que te toque el Grossa, pero muy fácil que tengas una discusión política en Nochebuena. Concretamente, tienes una probabilidad de un 20% de tener una discusión "fuerte" sobre política, según elAtlas de la Polarización 2025 de la organización More in Common. El panorama de división social que emerge de ésta y otras investigaciones es preocupante. Una de cada cuatro personas del Estado se ha sentido "atacada o fuertemente criticada" por expresar sus opiniones en público.
A lo largo de los últimos años hemos sufrido un deterioro del espacio público de discusión. No sólo en el Congreso de los Diputados, donde sus señorías se tratan cada vez con mayor desconsideración. No sólo en las tertulias, programas de debate y redes sociales, donde comentaristas que antes intercambiaban puntos de vista ahora se desprecian. También en la calle. La evolución de los barómetros internacionales de democracia, que recogen opiniones de expertos, señalan que ha ido subiendo la sensación de que cada día somos más intolerantes con las personas con las que no coincidimos políticamente. Y el debilitamiento de ese intangible –la percepción de que no hay tolerancia política– supone una amenaza para la viabilidad a largo plazo de la democracia.
La polarización tiene efectos sociales graves más allá de los costes psicológicos para la gente y políticos para la democracia. La polarización nos hace también más pobres. Hace un mes el Financial Times nos advertía del peligro de parálisis económica en EE.UU. por el aumento de la polarización política que este país ha sufrido en lo que lleva de siglo. En primer lugar, porque en EE.UU., pero también en una España donde los presupuestos vigentes son los que se aprobaron en noviembre del 2022, la polarización implica bloqueo de la acción de gobierno. Es muy difícil llegar a acuerdos con el oponente político cuando, como ocurre ahora, no le consideras un adversario, sino un enemigo. Un traidor en el país o, siguiendo el razonamiento de la administración Trump, un traidor en la civilización occidental.
Para resolver diferencias políticas, una estrategia es transformarlas –como una pareja que se divorcia– en cuestiones cuantitativas: tú te quedas el 40, 50 o 60% de una cosa y yo el otro 60, 50, o 40%. Pero la polarización convierte las divergencias políticas en divisiones cualitativas: el Bien (que es lo que defendemos nosotros) contra el Mal (que es lo que defiende vosotros). En vez de "yo quiero reducir la jornada laboral 4 horas y tú 1: podemos llegar a un acuerdo en torno a las 2 o 3 horas", se impone el "yo estoy con la libertad y tú con la opresión". Los políticos han dejado de ser economistas que iban pactando con una calculadora los puntos concretos de sus programas electorales para transformarse en sacerdotes que acusan a los rivales políticos de infieles o herejes.
La polarización también afecta a la inversión privada. Dado que existe una incertidumbre creciente –como los cierres de la administración americana, la incapacidad de los gobiernos de Macron o la falta de presupuestos–, los agentes económicos pueden retrasar sus decisiones de inversión. España crece, pero crecerá menos si seguimos enfurecidos como el Mr. Scrooge de la Canción de Navidad de Dickens.