Náuseas en el Raval

1.La temporada teatral ha comenzado con un montón de regalos para las emociones. El matrimonio de Boston, La gaviota reversionada, el estreno de Jordi Galceran y el último viaje del barco de Mar y cielo son cuatro apuestas tan distintas como infalibles. Hay una, Todos pájaros, que ya se estrenó en primavera, y que ahora sigue poniendo en pie a los espectadores después de tres horas y media de función. Cuando hace justo un año del terrible ataque de Hamás y de la respuesta desproporcionada de Netanyahu, ver la historia de amor imposible entre dos universitarios como Wahida, palestina, y Eitan, judío, pone la piel de gallina. Más allá del conflicto eterno que plantea Wajdi Mouawad y de la sensibilidad de Oriol Broggi para llevarlo a la escena, la última hora de lo que ocurre hoy en Beirut, Ramallah o Tel-Aviv te hace vivir la obra con una indignación contenida y una sacudida que te pincha la conciencia. Y sales del Teatro de la Biblioteca y todos nuestros problemas parecen menores, de poca monta. Pero sales del teatro y, no quiero dejar de decirlo, te encuentras lo mismo que cuando has llegado. Un Raval que, de tan sucio, da asco.

2. Los Jardines de Rubió y Lluch huelen a pixum insoportable. El hedor ha quedado impregnado ya en las piedras de lo que podría ser uno de los pasajes más bonitos de Barcelona, ​​entre la calle del Carme y la calle Hospital. Hay pisados ​​recientes, del día, que todavía se pueden pisar, pero algunos se han filtrado para hacer vida. Parece mentira que la ciudad se haya dejado perder un conjunto medieval como éste, con las construcciones en torno al Antiguo Hospital de la Santa Cruz, con tantos bonitos rincones pero, hoy, cada uno más vomitivo que el otro. Suciedad, jeringuillas, botellas vacías, mierda de perro y no de perro... La sensación es, en todo momento, muy desagradable. Los naranjos dan pena, los arbustos están dejados. Y la decadencia es tan profunda, estamos tan a punto de tocar fondo, que supongo que el alcalde Collboni no tardará en remediarlo. Cuando acabe la Copa América quizás recupere la lista de las prioridades. También en lo que respecta a la limpieza.

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3.A estas alturas el Raval, el casco antiguo, el distrito de Ciutat Vella, dígale como desee, está muy sucio. Doy fe. Lo veo cuando bajo a la redacción del diario o, semanalmente, cuando voy al Institut d'Estudis Catalans. Por motivos familiares, he pasado muchas horas en la calle Joaquín Costa. La tía Montse regentaba La Granja de Gavà, la antigua lechería donde nació Terenci Moix. En la última década, el barrio ha perdido mucho. El fenómeno ha sido triste, paulatino e imparable. Las tiendas de toda la vida han ido desapareciendo y en sus locales han abierto establecimientos que, en general, no invitan a entrar ni pasar. Y, en ese pez que se muerde la cola, el barrio se ha ido degradando, ensuciando y haciéndose desagradable. Joaquín Costa, hoy, hace frontera entre la ciudad que todavía se afana por sobrevivir, en dirección a la Rambla, y un mundo marginal, hacia el Raval más sórdido, donde tener un lugar para dormir y dos comidas calientes es el objetivo de demasiada gente .

4.Barcelona tiene una gran oportunidad en el triángulo que forman la Universidad, el Liceo y el mercado de Sant Antoni. La zona debería ser un hub cultural y de conocimiento único en el mundo. La Biblioteca de Cataluña, el claustro del Pati Manning, el de la casa de Convalecencia, el CCCB, el Macba, el Convento de los Ángeles, el Teatro Romea, el Teatro de la Biblioteca, la librería-cafetería de la Central, la Escuela Massana, el campus de la Blanquerna de los futuros periodistas, el campus de Geografía e Historia de la UB, la sede del IEC, la nueva redacción del ARA, la futura sede editorial de Abacus Futur... Si todo esto fuera en París, harían Le Marais. Aquí, de momento, suciedad, dejadez y, lo que es peor, ningún proyecto para mejorarlo.