Lo que no se compra

Pido disculpas de antemano. Se espera de un articulista una opinión, una idea, un análisis. No cuestiones privadas que, probablemente, no interesan al lector.

Pero estamos en agosto, y ya sabéis que en verano siempre escribo sobre cosas de la vida. Además, después de tantos años en esta casa, tanto los lectores como la redacción del ARA son para mí, en cierto modo, una familia. Y hay cosas que hay que compartir con aquellos a los que has cogido tanto cariño.

He sido padre.

Cargando
No hay anuncios

Esta semana ha nacido mi cuarto hijo. Una paternidad tardía. Me llega con 57 años. Lo esperaba con un punto de pereza, lo confieso. Veía a niños llorando en la mesa de al lado en un restaurante y pensaba: "Madre mía, lo que me espera". Ahora que ya tenía a mis hijos mayores, volver a empezar: noches en blanco, llantos, biberones, cansancio, pediatras…

Y, en cambio, estoy en una nube. La felicidad es inmensa. Es como si fuese la primera vez. Como si todo empezara de nuevo con la misma intensidad de antes, pero con la conciencia de ahora. Yo iba diciendo a diestro y siniestro que había puesto condiciones sobre mis obligaciones con esta paternidad. Fanfarroneaba diciendo que dormiría en otra habitación porque, a esta edad, si se me interrumpe el sueño ya no vuelvo a dormirme.

Cargando
No hay anuncios

Primera noche. Estaba solo en la cama y, con las orejas bajas, pedí a mi mujer que viniera con el bebé a la habitación. Los añoraba con locura. A ambos. Prefiero no dormir rodeado de amor que dormir en la soledad del egoísmo.

He recordado que el amor por un hijo es un impulso que va más allá de la razón. Es protección, entrega, renuncia. Y ninguna de estas palabras pesa. Al contrario. No hay pereza que resista el milagro de un bebé. No hay egoísmo que pueda competir con una manita diminuta agarrándote un dedo. Un hijo deseado es la prolongación del amor de pareja.

Cargando
No hay anuncios

Este nacimiento me ha hecho pensar en lo que es esencial. En lo que da sentido. En esas cosas que no se pueden pagar con dinero: el amor, la amistad, expresarse a través del arte y tener hijos.

Lo más bello de la vida es gratuito. Lo más profundo, lo más auténtico, no se compra. No se fabrica. Y los niños, con cada nacimiento, nos lo recuerdan. Con su sola existencia nos devuelven a lo esencial, que, como decía El Principito, es invisible a los ojos.

Cargando
No hay anuncios

Perdonad si el tema os ha parecido inadecuado, pero tenía un mensaje bonito para compartir. Gracias por leerme siempre.