Casi tres millones de personas con nacionalidad española viven actualmente en el extranjero, de las que unas 400.000 eran residentes habituales en Cataluña. Hace sólo 15 años, esa cifra no alcanzaba las 150.000 personas.
Es evidente que la globalización y una economía mundial cada vez más basada en el conocimiento generan mayor movilidad de las personas, ya sea para estudiar o trabajar. De hecho, la competencia global por el talento ya se había intensificado antes de la pandemia de la Covid-19, pero ha resurgido con fuerza una vez hemos vuelto a la situación prepandémica.
La explicación de ello debe encontrarse en la facilidad que supone la libre circulación de personas entre los países de la Unión Europea y muy significativamente, también, las condiciones laborales que se ofrecen a los trabajadores cualificados en muchos países como Estados Unidos, Australia o el Golfo Pérsico. El mercado del talento es cada vez mayor y muchas personas graduadas recientemente encuentran en destinos no tradicionales buenas oportunidades para crecer tanto en el ámbito profesional como en el ámbito personal.
El debate sobre la fuga de cerebros que a finales del pasado siglo se había centrado en los flujos de trabajadores calificados desde países del Sur Global hacia los países del Norte se extiende ahora a los países que hasta ahora eran receptores.
Las dificultades de muchas empresas para cubrir vacantes muy especializadas a consecuencia de la baja natalidad y de los desajustes educativos -tenemos una FP demasiado olvidada y algunas titulaciones mal dimensionadas- no han hecho más que agravar un problema que, en el caso europeo, viene de lejos.
Tal y como apunta el informe Draghi, si nuestras empresas no logran captar y retener talento que favorezca su capacidad innovadora, sólo podemos esperar el declive económico de la Unión Europea frente a sus principales competidores: Estados Unidos y China (y pronto India).
Sólo podremos conseguir romper esta dinámica si dedicamos recursos a reorientar la actividad económica e industrial hacia aquellos sectores que deben liderar la próxima ola de innovación.
Es en este ámbito donde las universidades, hospitales universitarios y centros de investigación tenemos que jugar un papel clave para conseguir mejorar el binomio investigación-innovación. No es posible transferir conocimiento o trabajar conjuntamente con las empresas y otros actores relevantes en el ámbito de la innovación sin una investigación básica de excelencia que haga posible avanzar en el conocimiento de forma significativa. Y no es posible hacerlo si no podemos garantizar que somos capaces de retener a los científicos y científicas formados en nuestro país, o que no podemos atraer a aquel personal técnico global de primer nivel que es imprescindible para poder poner en funcionamiento las nuevas infraestructuras tecnológicas que marcarán la diferencia.
Y otra cuestión nada menor. Mientras el mundo retribuya mucho mejor quien hace investigación y quien innova iremos a la pata coja. Es cierto que nuestra calidad de vida, nuestro entorno privilegiado y la seguridad que hay en nuestro país son ventajas competitivas respecto a otras, pero no podemos estar remunerando y reconociendo el talento por la mitad que nuestros vecinos del mundo.
El pasado mayo el presidente Isla anunció la creación del Catalunya Talent Bridge, un programa dotado con 30 millones de euros para captar en tres años a 78 científicos y científicas de EEUU "expulsados" por Trump. Una buena idea, pero pensamos en quien busca e innova aquí para que no nos vaya.
Cataluña (y Barcelona) reúnen buena parte de las condiciones para poder ser un referente no sólo para el sur de Europa sino a escala mundial, pero es necesario unir esfuerzos que refuercen y consoliden nuestro ecosistema innovador. También con las empresas. Sólo trabajando juntos podremos conseguirlo. El talento va muy buscado.