Estamos a mediados de mayo y Mallorca ya muestra signos contundentes de masificación y saturación. Los vecinos del bello pueblo de Sóller, en la sierra de Tramuntana, iniciaron el pasado abril una campaña, Welcome to Sollerland, a la que se han añadido una decena de municipios más, todos con el mismo problema: la llegada masiva de turistas (no de inmigrantes: de turistas) impide a los residentes hacer vida normal, hasta el punto de que desplazarse. Son Valldemossa, Santanyí, Artà, Inca, Alcudia, Caimari, Campanet, Pollença y Banyalbufar, como informa RTVE en Baleares. Las campañas añaden el sufijo land detrás del nombre del municipio y divulgan imágenes creadas con inteligencia artificial en las que se ven lugares saturados de turistas cuyo aborigen sostiene ante el pecho un cartel de cartón como los de los mendigos: "Yo antes venía aquí a tomar un café", "Yo antes podía venir a comprar en ese mercado", "Yo antes podía hacer en ese mercado".
Cabe decir algo, tal vez, en primer lugar: si ahora muchos mallorquines no podemos hacer las cosas que antes hacíamos es porque otros mallorquines se han encargado de hacerlo imposible. Cegados por la avaricia, la codicia, la especulación y el dinero fácil, muchos mallorquines han apostado por el modelo del turismo masivo y la venta de la isla a pedazos más o menos grandes. La propiedad lleva tiempo en manos de extranjeros, y cuando hablamos de extranjeros no nos referimos precisamente a los inmigrantes que llegan en pateras y que tanta preocupación causan a algunos. Esta misma semana la mujer más rica del mundo, Françoise Bettencourt Meyers, heredera del imperio L'Oréal, ha vendido su casa a Formentor, conocida como Can Roig, por trece millones de euros; el comprador ha sido un fondo inmobiliario de Boston. Es sólo un ejemplo. Los negocios fantasiosos con protagonistas obscenamente ricos (y otros muchos que no lo son pero ambicionan serlo) son cosa de cada día en Mallorca, una isla con cerca de un millón de habitantes, aproximadamente un 21% de los cuales están en riesgo de pobreza y exclusión. Un porcentaje mucho más alto no puede ni plantearse tener o alquilar una vivienda, mucho menos aún si son jóvenes. Las autoridades locales, a pesar de haber reconocido esta situación, no trabajan para solucionarla ni paliarla, sino si acaso para agravarla, con medidas desreguladoras de la construcción y de desprotección del suelo. Sus socios de la extrema derecha las presionan para ir siempre más allá en esa autodestrucción.
Poco se dice que la guía turística norteamericana Fodor's, de referencia internacional, desaconseja este año por primera vez viajar a Baleares, y también a Barcelona, por la saturación y el colapso de estos destinos. No venga a Mallorca, no ya por no perjudicar a los mallorquines, sino por no malgastar sus vacaciones. Pero tampoco se quedan en Barcelona. En realidad estamos hundidos en el mismo pantano: nos han metido los menos inteligentes y los más avariciosos, y quizás todavía estamos a tiempo de reaccionar.