La (nueva) acción exterior de la Generalitat

El compromiso más llamativo del pacto de investidura entre el PSC y Esquerra Republicana es el que hace referencia al nuevo modelo de financiación singular. Acerca de la financiación singular ya se ha escrito mucho y se escribirá más en los próximos tiempos, porque la cosa va por largo. Un aspecto que no ha llamado tanto la atención es el de la acción exterior de la Generalitat. Después de años de instrumentalización de este ámbito en pro de la causa independentista, es lógico interesarse por el nuevo enfoque del Gobierno en la etapa postproceso.

Lo primero que debe decirse es que la posición de la acción exterior dentro del acuerdo de investidura es algo chocante. La acción exterior se presenta como una de las patas del compromiso de "reforzar los pilares del reconocimiento nacional de Catalunya", y aparece literalmente encajonada entre dos temas típicamente identitarios como la lengua y las selecciones deportivas. El pasado 20 de septiembre, en su primera comparecencia ante la comisión de Unión Europea y acción exterior del Parlament, el conseller Jaume Duch desvaneció las posibles dudas que plantea esta extraña ubicación: detalló los seis grandes ejes con los que va a trabajar su departamento para reforzar la acción exterior, empezando por la mejora de la presencia y de la influencia de Cataluña en las instituciones de la Unión, sin utilizar nunca la expresión "reconocimiento nacional".

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Aparte de los seis grandes ejes, en esta comparecencia el conseller dijo y repitió que la oficialidad del catalán en las instituciones europeas –cuestión curiosamente ausente del acuerdo de investidura– constituye una prioridad para el Govern, y que el su departamento trabajará de forma "incansable" para conseguirla.

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La opción es perfectamente legítima pero tiene poco recorrido. A corto plazo, la presidencia húngara de la Unió ya ha dejado claro que no piensa mover ni un dedo en pro de la oficialidad del catalán. En la sesión del Consejo de la Unión Europea del 24 de septiembre, sin ir más lejos, la cuestión ni siquiera apareció en el orden del día. A medio y largo plazo, mientras el PP español atice a sus socios europeos en contra de la oficialidad del catalán, no se vislumbra la manera de suscitar la unanimidad de los 27 estados miembros, que es la condición sine qua non para modificar el régimen lingístico de la Unión. La ocurrencia del ministro Albares de driblar a los estados recalcitrantes acudiendo al Tribunal de Justicia tiene un recorrido cercano a cero. La petición de oficialidad para el catalán puede quedar embarrancada como lo está la petición de oficialidad del turco hecha por Chipre en el 2016, que nunca se ha llevado a votación.

Quizás consciente de estas magras perspectivas, en su comparecencia parlamentaria el consejero Duch sugirió que hay que sacar el máximo provecho de las herramientas que ya tenemos a nuestro alcance: sin ser una lengua oficial de la Unión Europea el catalán ya se puede utilizar en varias instituciones europeas, y podría utilizarse mañana mismo en el Parlamento Europeo si la mesa lo autorizase. (El mensaje implícito de Duch es que un acuerdo de la mesa en este sentido resulta mucho más verosímil que la unanimidad expreso de los 27 estados miembros.)

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En esta comparecencia del consejero Duch, un miembro de la comisión de Unión Europea y acción exterior lo aprovechó para reclamar que Catalunya lidere "a nivel internacional" el rechazo a lo que está pasando desde hace un año en Gaza, y otra diputada recordó los 40.000 muertos en la región, que es como si de la noche a la mañana "desapareciera toda la población de Vilafranca".

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Es lógico que los parlamentarios se interesen por la posición de Catalunya respecto a un conflicto internacional, y muy especialmente si es de la magnitud de lo que asola en estos momentos Oriente Próximo. Entre otras cosas, el interés de estos parlamentarios corrobora que la acción exterior de la Generalitat no puede circunscribirse a ser un "pilar del reconocimiento nacional de Catalunya". Lo que es algo triste es que el mismo día que la presidenta de la Comisión Europea anunciaba un préstamo de 35.000 millones de euros para reconstruir Ucrania a nadie se le ocurriera reclamar el liderazgo "a nivel internacional" de rechazo a lo que está pasando desde hace dos años y medio en ese país. Y lo más triste de todo es que en su primer aniversario nadie se acordara de la operación militar de Azerbaiyán en el Alto Karabaj, que causó la huida de más de 100.000 armenios locales hacia la República de Armenia, que es como si de la noche a la mañana irrumpiera en Catalunya la población no de una sino de siete Vilafranques.