Los nuevos lavados de cara

Quizás no deberíamos recurrir a neologismos importados para poner nombre a prácticas tan viejas como el ir a pie. El washing (literalmente, “hacer la colada”) es el tradicional lavado de cara. Normalmente, se aplica a la promoción de una marca para vender producto. El propósito del marketing washing se resume, lisa y llanamente: cuanto mejor imagen, más beneficio. Dado que las tendencias de consumo se asocian a los valores sociales dominantes, los departamentos del ramo están siempre dispuestos, para que la marca no quede descolgada. Ahora bien, si el público detecta inconsistencia o gesticulación (dicho de otro modo postureo), incoherencia o manipulación —lo que, desde tiempos inmemoriales, se conoce como tomadura de pelo— puede producirse el efecto contrario. Hay riesgo de respuesta adversa en el ecoblanqueo (green washing) por parte de empresas (Repsol acumula denuncias) o bancos (Santander, BBVA, CaixaBank...) “sostenibles”, cuando informes solventes destapan las engañas o el volumen de inversiones en combustibles fósiles; pero también en otros ámbitos de la llamada esfera woke, la conciencia social de que alguien equipara, despectivamente, a la “corrección política”. En este sentido, se identifica como pink washing la adhesión aguada al Orgullocomo una moda; rainbow washing, el uso engañoso que estados como Israel hacen de la reivindicación LGBTIQ; o purple washing, la defensa sectaria que hacen, del feminismo, algunos grupos de ultraderecha.

Cargando
No hay anuncios

Y el church washing? La Iglesia católica es una institución milenaria que proyecta la estabilidad como valor. Pero la solidez -activo preciado en esta época líquida, de cambios acelerados y moral gaseosa- no es sinónimo de confianza. Uno de los cuentos del Decamerón relata la conversión del judío Abraham. Animado por su amigo Giannotto de Civigní, concluye, socarrón —tras visitar Roma y comprobar, de primera mano, el comportamiento corrupto de la jerarquía—, que sólo la autenticidad del Dios de los cristianos puede hacer que la fe resista, a pesar de los torpes intermediarios. No hace falta remontarse a la Edad Media para ver el divorcio entre qué se predica y qué se practica. La proliferación de abusos sexuales con el encubrimiento sistemático es especialmente hiriente cuando convive con una moral sexual rancia. La acumulación de patrimonio (las diócesis se han apresurado a poner toda clase de bienes a su nombre, con inmatriculaciones o declaraciones unilaterales) recae a quienes apoquinan el IBI religiosamente o se afanan por pagar el alquiler. Es necesaria algo más que resiliencia para dar la vuelta a la visión crítica sobre la integridad del clero. O, al menos, para que la desconfianza o la indiferencia no descuadren la caja. La secularización de la sociedad española ha hecho repensar prácticas como la hucha del Domund (el crowdfunding vintage) y la retórica de la hoja parroquial. Ahora toca emular el tono de la comunicación corporativa moderna y reemplazar limosna por solidaridad, piedad por acción humanitaria, pobres de solemnidad por vulnerables... Toca implantar nuevas argucias. El departamento de marketing de la Iglesia tiene un nombre inspirador: Xtantos. La campaña no busca captar a parroquianos jóvenes que aseguren el relevo generacional del ala conservadora —eso ya lo hacen las influencers devotas Tamara Falcó o María Pombo—, sino multiplicar a donantes en la declaración del IRPF. Conseguir que mucha gente marque la casilla es vital. Identificarse con Caritas, “el brazo social”, es su principal gancho. Sin embargo, los números contradicen la retórica (“Caritas es la Iglesia”). En realidad, la entidad percibe un modesto 2% de las aportaciones a la Iglesia; una cifra inferior a la inyección directa en 13 TV, el altavoz que contenta al sector más reaccionario y da miedo al resto. El grueso de la financiación de Cáritas procede de las administraciones públicas y de donantes privados y la mano de obra del voluntariado. Pero es comprensible la inquietud de los administradores de la entidad sobre los eventuales recortes de los obispos si se les obliga a pagar el IBI como todo el mundo (ni pagan por los templos y los conventos, ni por las naves y los edificios enteros que tienen alquilados ) o se les empuja a compensar a los miles de víctimas de los abusos.

Cargando
No hay anuncios

Cabe decir que la Iglesia no es sólo una comunidad de fieles, ideológicamente plural —el caleidoscopio acoge, con tirantez, desde el Opus Dei hasta la teología de la liberación, desde los legionarios de Cristo hasta los capuchinos—, sino una empresa multinacional. Para que la promoción corporativa funcione, se vale de estrategias complementarias. Lavar los trapos sucios en casa, por ejemplo. Persisten las sombras sobre sus fondos, de dónde vienen y dónde van (en la memoria de la Conferencia Episcopal no se desglosan, por ejemplo, los rendimientos inmobiliarios), pero por la rendija se vislumbran zonas oscuras. La gestión de las inversiones parece más propia de las carteras VIP (“el dinero nunca duerme”) que de las directrices sobre la especulación financiera de un papa que reclama no sólo ética, sino alma. Por lo menos, sobre el papel.

Cuesta limpiar cuando se evita la supervisión independiente. El poder público se lava las manos, como Ponç Pilato. Los acuerdos con la Santa Sede eliminaron las ayudas directas, pero la financiación inducida escapa al control ordinario del Tribunal de Cuentas. La auditoría se confía en PWC, "de máximo prestigio" según el portal eclesiástico. Me temo que la apreciación es, digamos, caritativa hacia una firma censurada por la justicia europea (represalió a los empleados que habían destapado la implicación de la entidad en los montajes fiscales de las grandes multinacionales por no pagar impuestos, en Luxleaks) y está en el punto de mira de la justicia española (en el asunto del Popular, el "banco del Opus", por falsedad contable y estafa).

Cargando
No hay anuncios

Es inevitable, planteando este tema espinoso, la pulsión íntima de no herir a personas creyentes apreciadas o respetadas: el amigo fraile, los voluntarios del Hospital de Campaña Santa Ana... Me perdonarán si, de buena fe, me acerco del Evangelio para explicarme, más que para excusarme: “al César lo que es del César ya Dios lo que es de Dios”.