País Valenciano, grandeza y miseria
“Solo el pueblo salva al pueblo” es una vieja consigna libertaria que estos días se ha dicho y escrito en todas partes, a propósito de la tragedia de la Comunidad Valenciana. Como casi todo en nuestros días, enseguida se ha polarizado y ha cogido dos sentidos contrapuestos. Por un lado, describe cómo la movilización de la sociedad civil ha suplido, hasta donde ha sido posible, la incompetencia de las autoridades, sumidas en un desbarajuste vergonzoso (y doloroso por el perjuicio a las víctimas, pero también por el descrédito que comporta para las instituciones). Por otro, hay quien ha tergiversado la frase y le ha dado un sentido espurio, ligado a la antipolítica. Según éstos, el pueblo salva al pueblo porque hay una clase parasitaria, llamada “los políticos”, sin más concreción, que son malvados y conspiran para dañar a las personas. Curiosamente, quienes sostienen esta versión militan o son afines con los partidos que gobiernan —desgobiernan— el País Valenciano.
Desde el primer día, las imágenes y las noticias sobre la solidaridad que han recibido los valencianos han sido muchas e impresionantes. De las empleadas de un geriátrico que subieron más de cien ancianos al piso de arriba sobre los hombros, para salvarlos, hasta los miles de personas que han ido hasta los sitios del desastre para ofrecerse a hacer lo que conviniera, pasando por las incontables muestras de apoyo, de calor, de cariño, de oración, de todo aquello que pudiera hacer servicio o compañía a quien lo necesita. Como suele decirse, estas noticias e imágenes nos devuelven la fe en la condición humana.
Otros, por el contrario, nos la vuelven a tomar. Pocos minutos después de que la alcaldesa de Paiporta, Maribel Albalat, reiterase que la población no cuenta con maquinaria pesada, ni luz ni comunicaciones, y que se encuentra al borde de una crisis sanitaria (aguas estancadas, estiércol acumulado), lo que va recibir fue una aparatosa e inútil visita de los reyes de España, que sólo provocó la protesta encendida de los vecinos. Ha habido un terrible frío de pies en la reacción de los poderes del Estado y las visitas de Pedro Sánchez y de algunos ministros no han hecho más que aumentar la imagen de simple gesticulación (hay que exigirles que no ocurra como en Mallorca, donde las ayudas de Madrid tardaron más de un año en llegar, y en algunos casos no llegaron ni llegar). Ha habido oportunismo y cálculo político, e incluso falsa solidaridad y turismo de catástrofes en busca de una foto fácil.
La insistencia de la derecha nacionalista en acusar falsamente a la Aemet, los discursos de la extrema derecha intentando asociar la inmigración con caos y pillaje y el comportamiento errático y autoritario de los gobernantes valencianos son expresiones de toxicidad particularmente impresentables. El sábado por la noche, después de estar desaparecido todo el día, Mazón hizo una comparecencia grotesca, en la que se achacó méritos que no tiene y reclamó un liderazgo que no ha ejercido, sin dar datos de muertos ni desaparecidos. Mazón y su gobierno han faltado al respeto a los ciudadanos, empezando por las víctimas. Y la falta de respeto de los gobernantes a los gobernados, en democracia, es intolerable.