La paradoja de Abilene
El profesor Jerry B. Harvey estaba visitando a la familia política en Texas un día de calor infernal. El suegro sugirió animadamente visitar un nuevo restaurante abierto en la ciudad de Abilene y la mujer de Harvey le apoyó diciendo que era una gran idea. A Harvey no le atraía lo más mínimo la perspectiva de un viaje de 85 kilómetros en un coche sin aire acondicionado, pero, para no desentonar, se sumó a la opinión de ambos. Su suegra, que había sido callada, también se apuntó.
El viaje fue un infierno. El calor era brutal, el sudor constante, el polvo del desierto insidioso y la comida decepcionante. Volvieron a casa en silencio, agotados e insatisfechos. Al cabo de un rato la suegra admitió que ella nunca había querido ir a Abilene, pero que por no desentonar... Acto seguido, su mujer y el suegro reconocieron que ellos, en realidad, habrían preferido no salir de casa y comer las sobras del frigorífico. Harvey apareció de repente como el culpable de la desastrosa aventura.
¡Cuántas veces, arrastrados por una interpretación errónea de los deseos de lo que nos parece una mayoría, nos sumamos a una causa en la que no creemos para no desentonar! De este modo, todos acabamos haciendo lo que nadie habría hecho motu proprio. A todos nos mueve la buena intención de preservar un fin que parece bueno, pero que en realidad nadie quiere.
Me parece que nos ocurre algo parecido cuando criticamos la meritocracia, uniéndonos al corazón de Michael J. Sandel y La tiranía del mérito. Su crítica puede parecernos justa, pero todos queremos para nuestras vidas el mejor profesional que nos podamos permitir y, si tenemos que conformarnos con una chapuza, acabamos frustrados. Todos deseamos que nos gobiernen los mejores, asistir a las mejores películas, a los mejores conciertos, a las mejores exposiciones, a las mejores obras de teatro, a los mejores restaurantes... Y, por supuesto, a los mejores dentistas. Pero hoy parece de buen tono criticar a la meritocracia.
Ser pobre no es ninguna ganga, pero, sin embargo, prefiero ser pobre en una sociedad dinámica que en una sociedad estamental. Sin embargo, Sandel sostiene: "Si, dentro de una sociedad feudal, naciera sirviente, mi vida sería dura, pero no estaría lastrada por la convicción de que nadie más que yo sería el responsable de que estuviera ocupando esta posición subordinada".
Es obvio que las condiciones de partida de la carrera meritocrática son claramente desiguales. Nadie es merecedor ni de su dotación genética ni de la familia que le acoge. Precisamente por eso tenemos el deber inexcusable de la solidaridad. Hay meritócratas creídos, que tienden “a mirar por encima del hombro a las víctimas de los infortunios”, pero también hay filántropos que se toman muy en serio el bien común. No es justo moralizar el fracaso de forma indiscriminada, pero tampoco desmoralizar el esfuerzo.
Dada la agresividad de la crítica de Sandel, se esperaría alternativas arriesgadas, como acabar con la aristocracia académica de Harvard, donde él es un profesor eminente, y abrirla al proletariado intelectual. Pero en Harvard no piensan como Sandel. El 11 de abril de 2024 The Harvard Gazette anunciaba que esta Universidad recuperaba las pruebas estandarizadas en el proceso de admisión de los alumnos. Son pruebas de opción múltiple que miden las habilidades de un estudiante en lectura, escritura y matemáticas y que se utilizan como exámenes de ingreso en muchas universidades estadounidenses. El departamento de admisión de alumnos de Harvard alega que "son un medio para que todos los estudiantes, independientemente de los antecedentes y la experiencia de vida, proporcionen información que predezca su éxito en la universidad". A los críticos les replica que las alternativas (cartas de recomendación, actividades extracurriculares o ensayos) son más propensas a los sesgos que las pruebas estandarizadas, que permiten que "el proceso de admisión sea más meritocrático y al mismo tiempo aumente la diversidad socioeconómica". Son "la política de admisión más justa para los solicitantes desfavorecidos".
Las llamadas "competencias del siglo XXI" no son, en el fondo, más que una propuesta meritocrática: o te haces o te vas a quedar desfasado.
Como país, la alternativa que se nos presenta cara al futuro es: conocimiento o recursos naturales. Los únicos países que han logrado combinar culturas antimeritocráticas con altos niveles de vida son petroestados que dependen de un accidente geográfico... Y no todos. He aquí Venezuela.
La puesta en cuestión de la meritocracia en países como Escocia, Noruega, Suecia o Finlandia ha traído como resultado una mayor desigualdad de resultados escolares entre ricos y pobres.