La paradoja del reno de peluche
Una de las series de mayor éxito en Netflix en las últimas semanas es Mi reno de peluche, un drama inquietante sobre el acoso que sufre un humorista por parte de una mujer que se obsesiona con él. Lo sigue en casa y en el trabajo, le envía más de cuarenta mil correos electrónicos y cartas, pasando del patetismo a la ira incontrolada y amenazando también a las personas de su entorno. La historia está inspirada en unos hechos reales que sufrió Richard Gadd, creador, guionista y protagonista de la serie.
Se hace difícil recomendarla porque puede ser muy irritante. Y esto demuestra que está bien planteada, porque logra que la angustia del protagonista imbuya también al espectador. Por otra parte, engancha, sobre todo por el carácter morboso del acoso. Esta vez es una mujer quien acosa, hay un cambio de roles. Gadd adapta bien este cambio, porque se permite sentir lástima por la mujer y seguirla hasta su casa para saber cómo vive o qué le pasa. Es decir, la relación víctima-acosador se transforma por ese intercambio de géneros en los papeles. Sin embargo, la serie desprende un tufo grasofóbico para que funcione con eficacia. Es decir, es imprescindible que la mujer acosadora no sea físicamente deseable según los patrones estéticos hegemónicos para incrementar la aversión del espectador.
El morbo, sin embargo, eclipsa la parte más interesante y singular de la serie. Gadd intenta transmitir cómo su bajada a los infiernos por culpa de esta mujer lo llevó también a la resolución de sus traumas pasados y a la necesidad de pedir ayuda. El protagonista demuestra una incapacidad patológica para resistirse a situaciones no deseadas y tiene un estado de confusión personal que no permite solucionar los problemas. Desarrolla una extraña dependencia de su agresora.
El éxito de la serie, sin embargo, ha devorado sus matices y ha llevado a una paradoja: la acosadora real que persiguió a Gadd hace años ha acabando convirtiéndose en acosada. Los seguidores de Mi reno de peluche, fascinados por la trama, la localizaron a través de las redes sociales. Fiona Harvey ha sufrido amenazas y ha recurrido al execrable Piers Morgan, el periodista de TalkTV, la televisión en streaming de Rupert Murdoch. Morgan, famoso por su prepotencia y su falta de escrúpulos, la entrevistó durante una hora para aprovecharse de la repercusión internacional de la serie. No tuvo en cuenta el estado mental de la entrevistada ni las dudas éticas de exponer públicamente a una persona anónima y vulnerable. La superioridad de Piers Morgan convierte la entrevista en humillante, en la utilización de una mujer como un títere que parece poco consciente de dónde se está metiendo. Harvey ha negado que ella se parezca a Martha y no reconoce los hechos. No tenía alternativa: es imposible que un acosador perturbado acepte ese retrato por más fiel que sea. Es un ejercicio televisivo inútil y moralmente arriesgado. A los acosadores no es necesario darles nunca protagonismo mediático. El origen tóxico de la serie ha creado una mayor toxicidad a su alrededor.