Ha pasado volando
Hemos quedado en el desayuno, pero hemos acabado comiendo y hemos estado juntas hasta media tarde. Somos amigas de hace muchos años, porque compartimos los inicios de las carreras profesionales, que parecían avanzar por un camino de baldosas amarillas y brillantes. Éramos listas, atrevidas, teníamos curiosidad y ganas de hacerlo bien. Y éramos jóvenes.
Las cosas no han ido exactamente como nos imaginábamos. Algunas cosas han salido mal o no bien, ha habido giros inesperados, buenos y malos, y todas tenemos la sensación de que, en un cerrar y abrir de ojos, ya somos cuatro jubiladas (o prejubiladas) haciendo un café con leche en una terraza a orillas del mar.
Hablamos, en primer lugar, siempre, de los hijos. Hay cuatro que estudiaron, están bien preparados y van enlazando un trabajo precario con otro, con unas rebajadas perspectivas de éxito profesional. Están algo desorientados y demasiado cansados por su edad. La quinta es la única que está "establecida": buen trabajo y buen sueldo, marido y dos hijos. Vive en Alemania. Su madre dice que se están planteando volver a casa y que ella, con una pena inmensa, se lo desaconseja. Sé que no lo tendrán fácil como ahí.
Después hablamos de los padres, de los que quedan vivos. Las que llevamos tiempo arrastrando la ausencia de los nuestros escuchamos con una extraña mezcla de envidia y compasión la que se cuida de unos padres nonagenarios. Inevitablemente, acabamos pronunciándonos –nadie nos lo ha preguntado– sobre si quisiéramos llegar a cumplir tantos años ya vivir el deterioro que esto supone. Hablamos porque lo vemos demasiado cerca. O tal vez como un trailer que avanza a gran velocidad hacia nosotros y que nos va a pronto, aunque esté lejos.
Ha pasado volando, es la frase que alguna dice ya la que todas asentimos a la vez, como en una coreografía de nadadoras de la sincronizada maduritas. La siguiente pregunta llega de una manera natural: ¿lo volvería a hacer todo como lo ha hecho? Hay disparidad de opiniones. En lo personal, sí, pero en el profesional, no. O al revés. O sólo rectificaríamos algunas cosas. Para cerrar este tramo de la conversación, alguien repite, a modo de reflexión final: ha pasado volando.
La conversación avanza viva (con las enojadoras microparadas para recordar un nombre, un lugar, un hecho: ¿se acuerdan de cuándo hablábamos seguido?) y no se agota. En un momento dado hablamos de libros y de series y, de repente, una de nosotros confiesa, entre risueña y avergonzada, que tiene un vicio: hago solitarios. Una tras otra nos vamos cantante sin necesidad de tortura. Y a menudo jugamos mientras miramos la tele o una serie, para tener “el cerebro tranquilo”.
Hacia el final, conclusiones: estamos suficientemente satisfechas de lo que hemos vivido, aunque cambiaríamos algunas cosas, estamos orgullosas de los hijos, preocupadas por el futuro, somos pesimistas con la política, estamos contentas de haber vivido los años del Proceso, no nos gusta hacia dónde va el mundo. Y un convencimiento absoluto de que es necesario aprovechar cada momento, como ese día que hemos pasado juntas. Brindemos.