El “pastel para todos” no es suficiente
La generación del baby boom hemos crecido inmersos en una creencia mítica: es necesario crecer muy económicamente para eliminar la pobreza. Sólo con una tarta muy grande podrá haber porciones para todos. Esa metáfora ha sido recurrente en los discursos. La idea de "hacer crecer el pastel para que todo el mundo pueda comer" ha formado parte del argumentario de la política española en todo el período democrático como la mejor vía para reducir la pobreza y aumentar el bienestar general. Esta lógica se esgrime especialmente en contextos de debate frente a las propuestas que priorizan la redistribución sin crecimiento previo.
Por eso me parece tan relevante la reflexión del presidente Illa en las recientes Jornadas del Círculo de Economía, cuando lamentó que el buen crecimiento económico de Catalunya no haya logrado reducir la pobreza. Que un presidente de un gobierno se atreva a constatarlo en un foro económico, rompiendo la amplia tradición política, es la forma de poner el tema en agenda, donde debe estar. Porque aunque la economía catalana creció un 3,6% en 2024, la pobreza no se redujo de forma proporcional y, según la Mesa del Tercer Sector, un 25% de la población catalana sigue en riesgo de exclusión social, cifra que se ha mantenido estable durante los últimos quince años. También la precariedad laboral aumenta. Según ECAS, la tasa de trabajadores pobres en Catalunya es del 10,4%, y el paro se encuentra en el 9,1%, lo que indica que tener un trabajo ya no garantiza salir de la pobreza. Como señala el economista Thomas Piketty, las actuales desigualdades se acercan a las del siglo XIX: la riqueza generada por la economía a menudo se concentra en pocas personas, sin llegar a toda la población.
El primer paso para cambiar las cosas es siempre la conciencia, así que bienvenida sea la evidencia de que el crecimiento económico no se traduce automáticamente en una mejora del bienestar para toda la población. El encarecimiento de la vivienda, la precariedad laboral y la carencia de inversión social y políticas públicas transformadoras son los factores que impiden en este momento histórico la reducción de las desigualdades.
Pero nos equivocaremos si pensamos sólo en la economía para revertir la situación. Las políticas económicas y sociales son inseparables y se retroalimentan mutuamente. Sin un impulso claro y decidido de políticas psicosociales, será imposible reducir la pobreza y las desigualdades.
La pobreza no sólo tiene una base económica, sino que también implica factores sociales, culturales, emocionales y relacionales que influyen en la forma en que las personas viven, perciben y afrontan su situación. pobreza y dificultar la salida de situaciones de exclusión, incluso cuando existen políticas económicas redistributivas.
Ya en 1917 Mary Ellen Richmond, fundadora del primer método de intervención psicosocial, estableció la importancia de analizar tanto a la persona como a su entorno para actuar eficazmente. Posteriormente, psicólogas y trabajadoras sociales como Florence Hollis y Mary Woods han actualizado y ampliado el modelo clásico adaptándolo a los nuevos contextos sociales y sanitarios. Ellas apuntan a la necesidad de actuar paralelamente en diversos ámbitos.
Al mismo tiempo que se trabajan la formación (y más en tiempo de la inteligencia artificial), las habilidades personales y las competencias emocionales, resulta imprescindible fortalecer las redes de apoyo social y comunitario, que son las que fomentan la cohesión social y el sentimiento de pertenencia, elementos que ayudan a romper el aislamiento y generar capital social. Luchar contra la aporofobia –la tan extendida "fobia a los pobres"– es también necesario para minimizar los efectos negativos de la estigmatización y el autoestigma asociados a la pobreza, ya que si no sensibilizamos a la sociedad hacia la inclusión social desde la educación y la participación activa difícilmente romperemos el ciclo de la pobreza.
Además de una tarta grande, es necesaria una estrategia integral que combine medidas económicas con intervenciones psicosociales para abordar tanto las causas estructurales como los efectos emocionales y sociales que perpetúan la exclusión. Necesitamos una mirada holística y de profundo reconocimiento y empatía, a menudo ausente.