Un rebaño pastando.
03/08/2025
3 min

Son las cinco y media de la mañana, hago un café con leche, cojo la mochila y el bastón y abro la puerta del corral para ir a pastar antes de que el sol y el calor no nos echen de los rastrojos recién estrenados.

Ahora hace unos días Catalunya ardió y, como cada vez que arde, los medios se llenaron de sociólogos vocacionales a sueldo, politólogos y abogados en excedencia que explicaban las virtudes de la gestión forestal, del paisaje mosaico y de la ganadería extensiva. Había uno que decía que las máquinas de segar son las principales responsables de los incendios, el otro decía que los campesinos de la Segarra se han cargado los márgenes, la biodiversidad y que los tomates ya no saben (sabor, decía él) de tomate, y todavía había otro que hablaba de los fuegos de sexta generación. Luego lo enlazaban con el testimonio telefónico de un sindicalista que se ve que además de sindicalista también es campesino que decía que lo que hace falta es dar carta blanca a los campesinos para hacer y deshacer a su voluntad tal y como se ha hecho siempre y que, si se ha hecho siempre, por algo será.

El rebaño avanza a paso lento y con la cabeza chupada para buscar las espigas que se han escapado de la voracidad de la máquina. Ahora hay una pequeña guerrilla de ovejas que espiocan el hierbei del margen pero enseguida se desdicen, descabezan un aladierno y vuelven a la geometría ordenada de las hileras de medias tallos ajetreados que un día fueron ondulantes y verdes.

Llevo casi 30 años intentando producir alimentos de una manera –digamos que– sostenible. Y digo "digamos que" porque confío en que el lector será capaz de recordar el significado que tenía la palabra antes de que entre todos la estropeáramos, y digo "sostenible" porque me gustaría pensar que cuando nosotros hayamos pasado abajo, todavía quedará algo de todo esto. Nada; un pequeño poco de posibilidad, un hierro al rojo vivo, una segunda oportunidad para los que nos vengan detrás.

Por mí, pues, "sostenible" significa producir alimentos de manera eficiente ya un precio competitivo (este matiz es importante) sin degradar el entorno en el que produzco.

Ya les adelanto que mi conclusión después de esos 30 años es que no es posible. Y decía que el matiz es importante porque producir de forma sostenible pero sólo al alcance de una minoría y pensar que ésta es la gran solución es o cínico o ignorante, o ambas cosas.

Yo, y tantos otros, hemos encontrado nuestras propias soluciones a nivel particular, claro, pero sería ingenuo pensar que esto forma parte de una posible solución global. El mundo tiene hambre y, produciendo como yo produzco, no es suficiente, para alimentarlo. Ser consciente de ello es desolador, sí, y más si se tienen hijos y se piensa en qué colapso les tocará vivir. Les aconsejo que no le den más vueltas de las necesarias, básicamente porque no tenemos el don de la perpetuidad garantizado y tener hijos es una parte importante de este plan de sostenibilidad.

Bah, sería demasiado largo para intentar resolverlo en estas cuatro rayas, pero ya ven que no sólo he pensado un poco sino que me he arremangado y he sudado, y si yo, con ese bagaje que espero que me otorgue una cierta credibilidad, he llegado a la conclusión de que este equilibrio ahora mismo es imposible, me sorprende platos de la balanza (entiéndase productividad y sostenibilidad) se atreva a pontificar sobre una solución global que encuentre definitivamente el equilibrio.

No me parece justo que algunos ecologistas acusen a los campesinos de ser los responsables de este desbarajuste ambiental. Los campesinos sólo somos los ejecutores de un sistema perverso que hemos creado entre todos.

No me parece responsable que algunos campesinos consideren que la biodiversidad es un capricho de cuatro hippies urbanitas. La crisis de biodiversidad es real. Es como la fiebre; es el síntoma de la mala salud del planeta y haríamos bien en tomárnosla en serio.

Hasta que ambos colectivos, conjuntamente (y detrás, toda la sociedad), no lleguemos a la conclusión de que la prioridad es encontrar este equilibrio y no apostar acrítica e irresponsablemente por uno de los dos platos de la balanza, esto seguirá yendo a hacer puñetas. Unas puñetas sostenibles, eso sí. Sostenidas, incluso.

O sea, no hay solución posible sin empatía ni renuncia, y eso, a poco que conozcan un poco la historia de la humanidad, pues… ¿qué debo explicarles?, ya saben cómo acaba.

En fin, nada, hagan huerto y abracen fuerte a la familia, que yo vuelvo hacia el corral, que el sol ya pica y las ovejas murrían.

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