Los peligros de la AP-7

1. La autopista que atraviesa Cataluña, de Castellón hacia Perpiñán, o de Francia hacia España, es un tema de país que no puede pasarse por alto. Si no fuera porque el caos de Cercanías y nuestras conexiones ferroviarias son un atentado diario, lo que está pasando en la AP-7 merecería un debate parlamentario constante, 30 minutos a la semana y alguna dimisión. Aunque fuera por dignidad o por vergüenza profesional. Pero en el país del "ni un papel en el suelo" las revoluciones pasan de largo porque parece que protestar nos dé pereza. Y quien pasa día, caravana toma. Este Lunes de Pascua, día de operación vuelta, está cantado que las colas serán kilométricas. Entre Sils y Cardedeu, paciencia y radio. Entre Altafulla y Gelida, arrancar y parar, y ya bastará si puedes poner la tercera en algún momento. Y aún bueno que, hoy, camiones, trailers y otras bestias gordas tendrán prohibida la circulación. Es lógico que si 600.000 coches quieren regresar a una misma ciudad en un solo día, los atascos sean inevitables. No hay suficientes carriles para tragar a todo el mundo. Pero esta columna no habla de situaciones excepcionales del día de la mona, sino de los días de cada día.

2. Por motivos profesionales que no vienen al caso pero que tienen mucho que ver con novelas y lectores, en el último mes he conducido más de 1.500 kilómetros por la AP-7. Un día hacia Valls y otro hacia Banyoles o hacia Tarragona, Gerona, Lérida o la merienda literaria de Torroella. Tenemos un país magnífico y unos libreros que no nos los merecemos, pero nos ha quedado una autopista que da miedo. Desde la retirada de los peajes, pronto cumplirá cuatro años, tenemos una AP-7 altamente peligrosa. Circula mucha más gente, los camiones no quieren ir en fila india por la derecha y hay conductores, de coches de lujo o de vehículos destartalados, que creen que están en el circuito de Montmeló. La gran suerte es que la gran mayoría de conductores son prudentes, hacen caso a las normas que aprendieron hace un montón de años y conducen con cuatro ojos y con los cinco sentidos. Si no habría más incidencias y, automáticamente, más congestiones, más retenciones y más desesperación ciudadana.

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3. No es necesario realizar un estudio de movilidad para ver que los camiones en la AP-7 campan por donde quieren. Hay muchos más –hasta 28.000 al día pasan por Santa Perpètua, ahora que es gratis–, y lo de circular por la derecha y no adelantarse en según qué tramos es una utopía para ilusos. Si hay cuatro carriles, como ocurre por los arcenes de Girona, circulan por el segundo. Por tanto, para poder avanzar pasan por el tercero de más a la izquierda. Ponen el intermitente, te cortan y ya te lo harás si echas un cabezazo para frenar. Si sólo hay tres carriles, a veces los ocupan todos para pasar. El efecto muro, frente a ti, impresiona. No es de extrañar que se hayan disparado las cifras de accidentes graves y mortales. El RACC calcula que en el 60% de los accidentes con víctimas en la AP-7 existe un camión implicado. También destacan que al volante de estos trailers cada vez hay menos conductores profesionales, y que el envejecimiento de los vehículos de transporte es una constante. Todo ello, el caos.

4. También están los fitipaldis. Toda la vida ha habido gente que aprendió las normas del revés. Ellos creen que, para avanzar, todo vale. De hecho, si es por la derecha les gusta más. Y se excitan con sus zigzags, y se te empotran en el trasero para salir, en cualquier momento, por cualquier lado. Ni Marc Márquez arriesga tanto. ¿Qué ocurre ahora? Que con la AP-7 mucho más apretada les cuesta más encontrar un espacio para coger impulso y esquivar a todos los conductores de buena fe que se esfuerzan por llegar a casa sin dañar. Otro día, con mayor calma, ya hablaremos de la falta de mantenimiento de las autopistas y del insultante déficit de inversiones en infraestructuras en Cataluña. Una gran vergüenza. Todo viene de ahí.