Un pensamiento crítico conservador

Todo lo que pasa por pensamiento crítico, ¿lo es? ¿Podría ser que hubiéramos llegado a un punto en el que la mayor parte de lo que se entiende por pensamiento crítico actuara, sin darnos cuenta, de manera social o políticamente conservadora? Y, por el contrario, ¿un pensamiento conservador, tradicional, podría considerarse verdaderamente crítico en un contexto social donde todo lo que parece valioso se presenta como transgresor, rupturista, disruptivo, original, rompedor, innovador o provocador?

Partimos del hecho de que en la opinión que se predica y se publica existe un gran consenso general a la hora de afirmar que la educación debe formar un pensamiento crítico. Sin embargo, dicho esto y más allá de la obviedad –es decir, que la educación implica enseñar y aprender a juzgar y actuar de forma reflexiva y fundamentada en la razón–, el objetivo presenta unos desafíos que es conveniente desgranar para favorecer una aproximación crítica a lo que se considera, precisamente, que es el pensamiento crítico.

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Para ello debemos recurrir al concepto de hegemonía, es decir, a lo que es el pensamiento dominante y mayoritario. Quiero decir que, en unos tiempos de cambios tan acelerados como los nuestros, la mayor parte de lo que ocurre por pensamiento crítico no es otra cosa que, paradójicamente, la acomodación a las ideas dominantes. Al fin y al cabo, las ideologías dominantes –a veces simples ideas de moda– se imponen porque los individuos solemos buscar la confortabilidad emocional que proporciona formar parte de lo que piensa la mayoría.

Teorías como las del sesgo de confirmación, la espiral del silencio, la aversión al riesgo o la indefensión aprendida, solo por mencionar algunas, han estudiado a fondo estos mecanismos socialmente adaptativos tanto en los marcos donde predominan los pensamientos de derechas como de izquierdas. Por tanto, si lo que se impone es la corrección política o la cultura de la cancelación, si las ideologías feministas o el llamado wokismo, y si las ideologías identitarias y las de género son dominantes y omnipresentes en los medios de comunicación –sin ahora discutir su bondad o no–, es esperable que el pensamiento de la mayoría se acomode a ello de forma... acrítica.

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Por eso me parece razonable sostener que, visto el marco dominante –hegemónico– actual, ciertos pensamientos conservadores o tradicionales se convierten, al mismo tiempo, en profundamente críticos. Toda la línea de argumentos a favor de la lentitud, como el retorno a la cocina de la abuela y la comida lenta, el entrenamiento de la memoria, la lectura y la educación lenta, la medicina sin prisas, la desconexión digital... Pero también el encanto de las formas de expresión religiosa tradicional, el fomento de la cultura popular, el regreso a la vida rural, la defensa de la fidelidad en las relaciones de pareja o incluso la defensa de la virginidad como virtud en un mundo profundamente promiscuo e hipersexualizado, ¿no son pensamiento crítico?

En definitiva, pienso que la dimensión crítica de un pensamiento no puede desvincularse del contexto social y del tiempo en que se expresa. Tampoco puede valorarse la capacidad crítica de un pensamiento –o de una obra de arte– por cómo se adorna a sí misma, por la retórica con la que se justifica. Y en ningún caso puede asociarse exclusivamente el pensamiento crítico a una determinada ideología. Hay mucho conservadurismo en la mayoría de ideologías de izquierdas –quizás por eso es tan fácil transitar de unos extremos a otros–, y hay mucha actitud resistencialista e incluso espíritu revolucionario en ideologías que se han considerado moderadas o de derechas. ¿O es que, en el extremo, no vemos qué está pasando en el campo político, donde la derecha puede confundirse –o enmascarar– con discursos antisistema y anarcoides? ¿Y no puede ser que precisamente el atractivo de esta extrema derecha sea su carácter radicalmente crítico, capaz de atraer a los descontentos de nuestro tiempo, como en otros tiempos lo hacía la izquierda?

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Así pues, ¿qué es el pensamiento crítico? Desde mi punto de vista, y sin poder entrar ahora en contenidos precisos, sí creo que hay algunos elementos que lo caracterizan. Primero, debe mostrar una actitud de resistencia frente a los pensamientos dominantes, al menos, con un escepticismo de partida frente a las ideas que son esparcidas con los recursos masivos propios de la propaganda. En segundo lugar, un pensamiento crítico es un pensamiento social y personalmente incómodo, cuya defensa y aceptación no quiere adhesiones fanáticas sino que pide un ejercicio de reflexividad y maduración lenta. Por último, el pensamiento crítico más valioso es el autocrítico, lo que nos implica a fondo, bien sea por cambiar, bien sea por mantenernos fieles a nuestros principios.