Una persona educada

De las respuestas de peso en la entrevista de ayer a Emma Vilarasau que firmaba Albert Om, había una que resonaba especialmente: “Cuando eres joven no tienes tiempo de pararte, de mirar una puesta de solo… Ahora sí: debes tener el tiempo, la sensibilidad y la educación de entender muchas cosas”.

De entender muchas cosas y de desentenderte otras. Entender, acompañar, cocelebrar y compadecer a los demás más que juzgarlos, porque no siempre sabemos qué llevan los demás, en la mochila. Y porque ahora ya estás en la calle y sabes perfectamente el bien y el mal que puedes hacer en la vida con un comentario o una actitud. El privilegio de la edad no es el de decir o el de hacer siempre lo que te pasa por la cabeza, pete a quien pete, porque esto es ponerte a ti por encima de todos y, además, hacerlo cuando ya no tiene ningún mérito, porque ya no debes tener miedo a las represalias. El privilegio de la edad es pensar con claridad y distinguir bien qué dirás o priorizarás. Y si alguien se molesta, ahora sí, mala suerte.

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Me gusta que Vilarasau utilice la palabra educación y la considere exigible a la hora de entender las cosas, que por algo hace ya años que somos adultos. A veces la vida te golpea de una manera que hace que pierda el sentido, pero si algo se entiende y le da sentido es lo de los médicos: al menos, no hacer daño.

Lo mismo vale para deshacerte de las obligaciones autoimpuestas o socialmente impuestas. Llegados a una edad, decir que vas de bólido como excusa para no mirar alrededor es pobre. No. Elijo lo que hago y lo que no hago, y me entretengo en momentos (la actriz pone el ejemplo de la puesta del sol) que antes no me hacían ni frío ni calor porque quizás hay que vivir varios años para apreciar la fuerza del ciclo de los días y años, y el valor de gestos simples. Una persona con todos esos atributos es una persona educada.