Collserola y las genealogías incómodas
Los de mi quinta, o incluso algo más jóvenes, quizá recuerden los espantosos cuadros de ciervos y caballos que en la década de 1970 regalaban al comprar uno de esos tresillos de plástico, gélidos en invierno y calurosísimos en verano. En la mayoría de los casos, los animales representados en las bucólicas pinturas corrían por el bosque o bebían en un lago o un arroyo. La historia que les contaré está vagamente relacionada con este tipo de cuadros. La primera reserva natural del mundo, legalmente protegida con todos los eres y manos por el estado, fue creada en Francia en 1853, durante la próspera época del Segundo Imperio. No era muy grande: unas 630 hectáreas del extenso bosque de Fontainebleau. Hoy, una iniciativa así quedaría situada en el lado izquierdo del espectro ideológico; sin embargo, en 1853 las cosas resultaban bastante diferentes. La reserva de Fontainebleau se originó gracias a la presión de un grupo de aristócratas que, por matar sus ratos de ocio, se dedicaban a la pintura paisajística amateur. Uno de los motivos más habituales eran justamente esos cuadros de ciervos y caballos que reavivaron en los años setenta asociados a los sofás que entonces estaban de moda. La iniciativa de aquellos pintores amateurs tuvo efectos inmediatos, pero no precisamente en el progreso del arte. En Fontainebleau había personas, por lo general paupérrimas, que se ganaban la vida haciendo carbón vegetal. La apicultura también era una actividad importante, tanto por la miel como por la cera, que en ese momento todavía tenía diversas utilidades. También había, por supuesto, muchos cazadores que de repente se convirtieron en furtivos, es decir, delincuentes. Es probable que antes de morir en Cannes el 16 de abril de 1859, Alexis de Tocqueville se enterara de la creación de aquella reserva. Fuera muy interesante de conocer la opinión del autor de El Antiguo Régimen y la Revolución sobre el evento, porque Fontainebleau no es precisamente un lugar neutro con relación a la historia del absolutismo francés.
En Inglaterra o Estados Unidos, las primeras iniciativas de esta índole también llevaban impresas a menudo el sello del aristocratismo victoriano o, al otro lado del Atlántico, del elitismo social. El conservacionismo americano del Sierra Club o del Audubon Society contribuyó a preservar el medio ambiente, sin duda, pero sólo de rebote: lo que pretendían directamente aquellos pioneros no era exactamente salvar la naturaleza, sino disfrutar del paisaje sin humos ni ruidos, lo más lejos posible de los suburbios de las grandes ciudades industriales donde explotaban a sus trabajadores en jornadas. Tampoco debemos olvidar que una de las zonas naturales mejor conservadas de Alemania, los bosques de Baviera, deben una parte importante de su buen estado a los delirios de un rey bastante tronadito, el célebre Ludwig. Podríamos afirmar lo mismo de muchos cotos de caza reales de toda Europa: quizás ahora, cuando han dejado de ser cotos, representan el triunfo de ciertas reivindicaciones; sólo ciento cincuenta años antes, constituían la última rémora de los privilegios feudales.
En la Alemania de la República de Weimar el Lebensreformbewegung ("movimiento para la reforma de la vida") fue uno de los primeros movimientos sociales que se apuntó en masa al nacionalsocialismo. Promovían el vegetarianismo, la medicina naturista y el nudismo, entre otras causas. Compartían con el nacionalismo cultural alemán la exaltación romántica de la naturaleza, el rechazo de la modernidad urbana e ideas sobre el "racismo científico". El régimen nazi, de hecho, promovió la Neue Deutsche Heilkunde (Nueva medicina alemana) que combinaba naturopatía con ideología racial. Para contextualizar correctamente la genealogía que comentamos, conviene tener presente que en ese momento todas estas corrientes representaban una modernidad deslumbrante, la misma que reflejan, por ejemplo, las películas de Leni Riefenstahl. En la década de 1970 todo esto se había medio olvidado y el vegetarianismo, la naturopatía, el nudismo, etc. renacieron en un contexto que por suerte ya no tenía nada que ver con el nazismo. De hecho, algunos protagonistas de aquél revival ideológico eran de origen judío. De repente, más o menos en aquellos tiempos de tresillos de plástico y psicodelia new age, se reubicaron en el seno de la izquierda alternativa. De los jabalíes de Collserola, o de los miles de conejos que hoy dificultan mucho vivir de la agricultura en mi pequeño país, el Segrià, puede hablarse legítimamente desde muchas perspectivas. Bienvenidas sean. En cualquier caso, quizá habría que tener presente también la especie en peligro de extinción del campesinado catalán.