Personas mayores haciendo cola en la calle para vacunarse
Ante todo quiero dejar claro que besaría el suelo de cualquier hospital público y de cualquier CAP de este país. Después de haber pasado unos años en Estados Unidos y comprobar de cerca la angustia vital y la ruina económica que causa a tanta gente la falta de una cobertura sanitaria pública, volví aún más convencido de que en materia de sanidad no sabemos lo que tenemos, y lo repito cada vez que tengo una ocasión de hacerlo.
Lo saco en la conversación a partir de mi experiencia con la doble vacunación de la gripe y el cóvido. Saco el móvil, entro en la aplicación y en un momento obtengo día y hora para cuatro días después. Perfecto. Llego a sitio a la hora convenida y hay un poco de cola. No ocurre nada. Salvo que la cola se alarga más de media hora y debe hacerse en la calle, porque la antesala de la consulta es un pasillo muy estrecho con un solo banco. El día es especialmente ventoso, la acera de la calle de Alí Bei está a la sombra, hace fresca, hay gente mayor con bastón o andador y algunos comentan que más que venir a vacunarse de la gripe parece que hayan venido a coger un resfriado.
Lo explico al personal que finalmente me pincha y me dicen que no pueden hacer nada. Me voy al mostrador de atención al usuario donde pido hablar con la dirección del CAP. Amablemente, me dicen que no es posible, pero que me llamarán. En efecto, me llaman un par de horas más tarde para decirme, igual de amables, que no tienen más espacio y que no pueden hacer nada. Me cuesta creer que no haya mejor forma de racionalizar la atención. Saben cuánta gente ya qué hora vendrá todos los días. Sin ir más lejos, el año pasado la vacunación la hicieron en el edificio que tienen enfrente, con su modesta pero suficiente sala de espera. La persona que me llama me dice que lo único que puedo hacer es presentar una reclamación. Pues ya está presentada.