El peso de un apellido
He leído la novela Caparazón, que ha escrito Lisa Ginzburg y ha publicado en castellano la editorial Tres Hermanas, con traducción de Natalia Zarco.
La fui a buscar a la librería sin saber de qué iba, sólo por una razón: el apellido Ginzburg es un reclamo que no puedo resistir. Lisa es la nieta de Natalia Ginzburg –para mí una de las mayores– e hija del historiador Carlo Ginzburg.
La novela, que narra el vínculo inquebrantable de dos hermanas que vivieron una infancia muy peculiar, unas “huérfanas con padres”, me ha gustado. Pero mientras la leía, yo misma me daba cuenta de que estaba siendo terriblemente injusta con su autora porque todo el rato buscaba entre las frases que ella había escrito algún eco de la voz de su abuela.
A medio libro decidí que debía cambiar de actitud para la lectura: Caparazón es una novela que se deja leer con mucha facilidad, que trata en profundidad un tema que me interesa especialmente cómo son las relaciones fraternales, y que me gusta haber leído. He visto que algunas reseñas destacaban el hecho de que en la escritura de Lisa Ginzburgo, como en la de su abuela, tienen mucha importancia los espacios íntimos, las casas, la familia. Cierto, pero su estilo no creo que tenga nada que ver con el de la autora de La ciudad y la casa, y su perspectiva tampoco. Es lógico, teniendo en cuenta que pertenecen a generaciones diferentes y que sus trayectorias vitales –muy muy singular en el caso de la abuela– es probable que no tengan nada que ver.
Más allá de la lectura, Lisa Ginzburg me ha hecho reflexionar sobre una cuestión en la que, si bien es evidente, nunca me había parado demasiado a pensar: cómo el peso de un apellido puede ser, a la vez, una bendición y una condena, un empujón y un lastre. ¿Cuántos hijos de talentosos creadores hemos visto fracasar sin detenernos a pensar hasta qué punto el legado que habían recibido les impedía tener éxito?
Lisa quedó finalista del premio Strega con la novela Caparazón en 2021, exactamente sesenta años después de que su abuela le ganara por Léxico familiar. Me gustaría mucho saber cuáles fueron sus sentimientos al saber que había estado a punto de emular a Natalia Ginzburg. A punto, sólo.
En una entrevista hablando de Caparazón, Lisa Ginzburg señala: “Sentimos solidaridad entre nosotros, pero te construyes comparándote con otras mujeres”. ¿Cómo debe ser crecer e intentar escribir literatura si te comparas de entrada con Natalia Ginzburg? Su traductora al castellano, otra mayor, Carmen Martín Gaite, decía que la forma de escribir de Natalia Ginzburg puede asustar. Estoy de acuerdo. Y no sé cómo, de jovencita, una aprendiz de escritora como su nieta pudo reflejarse en ella (o cómo pudo evitarlo). ¿Cómo se atrevió a decidir ser músico Julian Lennon? ¿Cuál de las tres hijas actrices de Meryl Streep conseguirá brillar pese a la sombra de su madre?
Pero, claro, una cosa es la Natalia Ginzburg escritora y la otra la Natalia Ginzburg abuela. Lisa reconoce que su abuela fue una de las mujeres que marcaron su vida, un referente, y es de toda lógica imaginar que, aunque Lisa no hubiera leído ninguna de las obras de Natalia, la presencia de esa personalidad – lúcida, atrevida, sarcástica– aparecería de una u otra manera en sus novelas.
Al final, la herencia más importante que recibimos, la que no se puede vender ni repartir, la que nadie podrá tomarnos, es siempre la inmaterial.