Piel de serpiente
Ayer estaba en la montaña, perdido por el Moianès, y al salir por la mañana, al lado del coche, me encontré con una piel de serpiente. En esta zona solo hay culebras y víboras. Es fácil distinguirlas. La piel era de culebra. Son inofensivas. El asunto era el tamaño. La cogí con precaución para que no se rompiera, porque estaba muy seca, y la medí. Un metro cuarenta. No está mal.
Lo cierto es que más tarde pensé en la serpiente. ¿Dónde estaría? ¿Y si se había metido en la casa? ¿Estaba por los alrededores? Si hay serpiente, no hay ratones. Así que, en cuanto a mí, mientras no entre dentro, bienvenida. Me la imaginé con su nueva piel, flamante, aún incluso tierna y sensible. Necesitará unos días para endurecerse del todo.
Y entonces pensé que nosotros, los seres humanos, tenemos gran dificultad para desprendernos de la piel actual que ya no nos sirve, en el sentido figurado de la palabra, y para enfundarnos en una piel nueva, renovada, que nos haga más fácil, llevadero y animoso proseguir en este breve paso por el mundo llamado vida.
Cambiar de piel significa tener la capacidad de olvidar. Olvidar todo lo que ya no nos aporta nada, aunque nos aportara en su momento. Olvidar aquellas amistades o aquellas relaciones, amorosas o no amorosas, que tan vitales fueron en entonces, pero que, hoy, ya no son posibles, sea cual sea el motivo.
Mudar de piel significa algo muy profundo: evolucionar. Cada siete años, aproximadamente, las personas hacemos un cambio sustancial. Experimentamos una evolución. Las relaciones de pareja deben evolucionar al ritmo que evolucionan las personas. Esto es importante. La piel de tu serpiente amada será otra dentro de siete años. Y la tuya propia. Esto no significa que no sea el propio ser. Pero sí necesita dejar atrás cosas y vestirse con otras ropas para afrontar nuevos retos, nuevas experiencias y lo que, biológicamente, va llegando irremediablemente.
Muchos asumen los cambios, ¡qué remedio!, pero son muchos menos los que lo hacen dejando atrás la piel anterior. Y muchos viven con dos pieles. Lo anterior, reseca e inútil, y la nueva, que no acaba de desempeñar su función porque la vieja no se ha apartado del camino.
Olvidar no es fácil. Porque supone aceptación y perdón, de los que ya he hablado en anteriores columnas este verano. Cuando experimentéis este dolor por el tiempo pasado, pensad en la serpiente y abandonad la piel que ni sirve hoy ni servirá mañana.