Nos lo explicaba la Trinidad Gilbert, en el AHORA. La Guía Michelin, este año, por primera vez, otorgaba también el premio al mejor sumiller del Estado. Y ha ido a parar a lo que ya es mejor sumiller del mundo. Es José Pitu Roca, y así le llamó Andreu Buenafuente, presentador de la gala (en Barcelona) y así lo llamó Quim Vila, copropietario de Vila Viniteca, patrocinador del galardón. Siempre que me encuentro en Vila le hago la misma broma: "Puedo decir que tú eres uno de los hombres que más placer me ha dado". Aparte de Pitu Roca, Juan Carlos Ibáñez, otro histórico, que estuvo muchos años en el Rincón de Can Fabes, ha ganado el de mejor maître de sala. Lo encontrará en Lasarte.
Dar protagonismo a la figura del sumiller en una guía como ésta es del todo necesario. A los cocineros les ponemos cara, como a los pintores o escultores, pero no a los sumilleres, y rara vez a los viticultores. El éxito del restaurante o, sobre todo, el fracaso se debe al bodeguera. Pitu Roca y Juan Carlos Ibáñez comparten una rara y luminosa modestia. Es la modestia de los cracks.
La crítica o la prescripción de vino todavía oscila entre la petulancia y el ego, por un lado, y la frivolidad y la bromita, por el otro. El crítico literario, cuando hace una crítica, no se pone a enumerar las metáforas o las anáforas del texto. El musical tampoco te dice si la canción está en clave de sol. Pero en el mundo de la crítica de vino, todavía hay críticos que sienten la necesidad de perdonar la vida a los viticultores. Pitu Roca y Joan Carles Ibáñez, como los grandes hombres y mujeres sumilleres que tenemos hoy en día en Cataluña, representan el sector del vino con alegría, ganas de compartir, enseñar, hacer sentir. Es un trabajo duro, sacrificado, un trabajo que permite aprender todos los días. Los maestros siempre sonríen cuando huelen. Muchas felicidades, Pitu y Juan Carlos.