La pobreza energética no existe
Los gobernantes han pretendido hacernos olvidar que los responsables de que haya pobres son ellos
Cuando empecé a colaborar con la prensa (en el diario Avui) me preguntaron qué nombre quería para mi sección. No me lo pensé dos veces: “La punta del dedo”. Estimular el espíritu crítico. Evitar que el lector se quede mirando únicamente la punta del dedo de ese que quiere distraerlo. Es una tarea diametralmente opuesta a la que practican, desde hace ya demasiados años, los políticos catalanes. Se han especializado en desviar la atención del contribuyente.
A raíz de la Gran Recesión, la más lamentable de las operaciones de distracción de los últimos años se ha edificado alrededor de la pobreza. Los gobernantes -de todos niveles y todos colores- han pretendido hacernos olvidar que los principales responsables de que haya pobres son ellos. No lo son ni los ricos, ni los insolidarios, ni los famosos fondos buitre, ni nada que se le parezca. En una democracia europea los principales culpables de que haya un exceso de pobreza son los gobernantes.
La obsesión por las operaciones de distracción es tal que se llegan a consolidar palabras para que determinadas tomaduras de pelo queden asumidas estructuralmente, por siempre jamás. Determinada población se lo traga. Un ejemplo claro -que daría risa si no fuera lamentable- es el invento de la “pobreza energética”. ¿Quieren una mala leche que escueza más? La pobreza energética no existe. Lo que sí existe es la pobreza. Gente tan pobre que no puede ni siquiera pagar la electricidad. Pero no puede pagar ni la electricidad ni tantas otras cosas de las que los organismos públicos tendrían que encargarse. Sin ir más lejos, estos ayuntamientos que ahora van de buenos -de intermediarios en “negociaciones”- y exigen a las empresas perdonar recibidos ¿dónde estaban cuando, cobrando tasas y comisiones a chorros, gastaban el dinero y las subvenciones públicas en rotondas y pabellones deportivos en lugar de promover vivienda social? Si hacemos un repaso, detectaremos que la hipocresía de los gobernantes catalanes viene de muy lejos.
Pero así vamos tirando. Si no hay vivienda social, resulta que es culpa de los arrendatarios. Y si alguien no puede pagar algún servicio es culpa de la empresa suministradora, siempre ávida de estrangular a los pobres ciudadanos a los que las autoridades defienden. El populismo llega a niveles grotescos en el caso del Ayuntamiento de Barcelona, liderado por una persona que iba alegremente denunciando desahucios como quien va a la feria, mientras ignoraba la responsabilidad de los que no proveen las soluciones -quizás intuía que un día ocuparía un lugar desde donde, con una frivolidad y una demagogia exasperantes, puede continuar endilgando responsabilidades a quienes no toca.
Este montaje se intenta disimular apelando a la solidaridad. Haciéndonos responsables a todos. Se quieren implantar entre nosotros métodos de sociedad norteamericana, donde la redistribución funciona de otro modo -muchas más oportunidades y más responsabilidades individuales- y no siguiendo patrones europeos de democracia social de derecho. Quiero decir que en una sociedad con tipos impositivos marginales superiores al 45%, impuestos de sociedades elevados, impuestos de patrimonio únicos en Europa, impuestos de sucesiones e IVA superlativos, tasas municipales de todo tipo, tasas de recogidas selectivas, cánones del agua, etc., la solidaridad se practica pagando estos impuestos. Y los gobernantes tienen que cubrir con estos impuestos las necesidades de los que no llegan a final de mes. Esta es su tarea, y no centrifugar las responsabilidades.
Catalunya, país de gente tendente a la lagrimilla fácil, a exigir justicia chapucera de estética Robin Hood -tan inflamada como ineficiente- y a practicar una especie de ternura a menudo ramplona, ha caído en la trampa de estos gobernantes. Se organizan maratones de tipo Radio Barcelona EAJ-1, que recuerdan las colectas de los señores Viñas y Dalmau. Se aplaude a los sanitarios desde el balcón mientras se acepta una sanidad pública mal financiada. Nos indignamos por desahucios que las autoridades tendrían que solucionar, etc. Vamos asumiendo chapuzas ineficientes para medio obturar agujeros que tendrían que tapar los responsables elegidos y mantenidos por nosotros.
La solidaridad es un sentimiento honorable que muchos practicamos en el día a día porque siempre hay agujeros -por ejemplo, el donativo por redondeo cuando pagamos en el supermercado es una magnífica idea-. Pero apelar a la solidaridad del contribuyente como herramienta estructural reguladora de la equidad es típico de país subdesarrollado y mal gobernado, donde los que mandan no asumen responsabilidades. Hace frío, mucho. Pero la pobreza energética no existe, porque la pobreza que afecta a las personas no entiende de estúpidas especializaciones. Y si alguna verdadera pobreza especializada tiene la Catalunya de hoy es la pobreza política.