El problema es (sobre todo) vuestro

Si eres un hombre tienes un problema. Sí, quizás eres consciente de ello y actúas en consecuencia con libertad de criterio y poniendo en entredicho tantos gestos diarios, o quizás eres de los que se autoexcluyen con mirada incrédula cuando una mujer, habitualmente, te interpela sobre tu posición privilegiada en el mundo, sin hacer nada para cambiarla ni para mejorar la angustia de tantas mujeres que te rodean.

Reconozco que escribo estas líneas con rabia y plenamente consciente de la respuesta habitual que se utilizará para desautorizarlas: las generalizaciones no son acertadas y no se puede pensar bien desde la indignación. ¡Claro que se puede pensar bien desde la indignación! Justamente ayuda mucho a desembozar la mente de eufemismos. Ayuda a ir directamente al centro de las cuestiones y hablar sin ditirambos. ¿Y cuál es la cuestión central? Pues averiguar cómo tantos hombres, todavía cómodamente instalados en el centro del mundo y del debate, aceptan y permiten que se perpetúe la brutalidad y la carencia de respecto hacia las mujeres que les rodean sin sentirse interpelados a cambiar sus formas de ser y de actuar en este mundo. ¿Por qué creen que no es cosa suya? ¿Porque son padres de familia que pagan impuestos, llevan las niñas a ballet y dejan los temas de educación sexual -como tantas otras cosas- a su pareja?

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Obviamente solo algunos bárbaros son capaces de violar por turnos a una chica de 16 años y dejarla inconsciente en un descampado con secuelas de por vida o de herir gravemente a una prostituta.

Son dos agresiones extremas, pero no se puede considerar un tema aislado en un país como el nuestro. En Catalunya hay diariamente dos denuncias de violación. Entre los meses de enero y septiembre se han denunciado 462 violaciones, actos que no incluyen otros tipos de abusos. Los agresores tienen que ser detenidos y encarcelados, pero la respuesta colectiva no puede ser solo en términos de seguridad, que también.

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Hay muchas mujeres que viven con miedo. Y vivir con miedo no se puede normalizar socialmente. Las chicas salen por la noche con miedo. Saben que tienen más probabilidades de ser drogadas, abusadas, robadas y, en la última de las preguntas de alguien, responsabilizadas del delito que alguien ha cometido contra ellas. ¿Cómo se te acude beber? ¡Cómo vas vestida! ¡No vas con cuidado! ¿Cerraste las piernas?

Muchas pequeñas actitudes contribuyen a perpetuar la falta de respeto, la mercantilización del sexo, la culpabilización de ellas, la represión sexual de muchos.

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Hay un mundo masculino que no se da por aludido y es incapaz de ponerse en la piel de las mujeres que le rodean. Hombres decentes que tienen en sus manos cambiar la situación de injusticia, de violencia.

Mirad a vuestro entorno, hombres “normales”. No tenéis derecho a sentiros incómodos si una chica apresura su paso cuando andáis detrás de ella por una calle oscura. Cambiad de acera. Poneos en el lugar del otro y tendréis muchas oportunidades para ver que el mundo no es como vosotros lo veis. ¿Cuántas veces en una reunión solo habéis mirado a los ojos de vuestros interlocutores masculinos y os habéis permitido interrumpir cuando hablan las mujeres, siempre obligadamente aceleradas en sus exposiciones? ¿Cuántas obligaciones les habéis cargado pensando que vuestro tiempo es más valioso? ¿Cuántas veces habéis reído las gracias del meme humillante de turno? ¿Habéis identificado alguna vez sexo y pornografía? ¿Habéis ido de putas o habéis reído las gracias de los que van?

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Es obvio que todos los hombres no son iguales. Tampoco son iguales todas las mujeres y hay mujeres tan machistas como el peor de los patriarcas que perpetúan un mundo injusto en cada gesto.

Pero cambiar las cosas también depende de ti.

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Es cierto que la igualdad avanza aunque sea poco a poco. De hecho, es fundamental que, en el nuevo mundo que se abre hacia el futuro, la violencia ya no es un medio clave para sobrevivir y esto descoloca a la parte del género masculino más desorientada. Estamos en un mundo digital, más horizontal, que no requiere tanta fuerza como habilidad y donde, por lo tanto, las mujeres están en mejor posición de salida. Sin embargo, desgraciadamente, todavía hay muchos hombres que se sienten agredidos, desafiados, cuando se les pide que piensen con parámetros nuevos y se sumen al progreso de la igualdad. Los descolocados consideran agresivas a las mujeres que defienden con convencimiento sus ideas y sus derechos. Es decir, que pretenden llevar a la práctica la igualdad que oyen predicar.

Compartir los privilegios no es fácil y todavía cuesta más cuando el tópico habla de princesas suaves y obedientes y la realidad presenta mujeres empoderadas.

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Las mujeres que defienden su lugar en el mundo no son agresivas necesariamente. Simplemente han aprendido que no se puede gustar a todo el mundo y que el peor enemigo es a menudo el de los límites autoimpuestos.

Esther Vera es la directora del ARA.