Proceso y anticolauismo
Ada Colau ha hecho pública su decisión de abandonar la política –temporal o definitivamente, eso ya se verá– y lo ha hecho a su manera: reivindicándose a sí misma y dejando clara la excelente opinión que le merece su propia trayectoria política. Ya desde los tiempos del activismo, cuando lideraba la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), quedó claro que Ada Colau no tenía madrina y sí un profundo anhelo para los focos, los micros y las cámaras. Ha hecho gala de su vanidad, lo que sin duda ha contribuido a situarla en el centro de opiniones polarizadas, que a su vez retroalimentan la vanidad, con el consiguiente desgaste. Ahora bien, tampoco ha sido ni mucho menos la única personalidad vanidosa de la vida pública catalana de los últimos diez o doce años.
El anticolauismo ha sido uno de los múltiples errores, y no de los menos graves, del independentismo en los últimos años. Representar el espacio de los comunes en general, y la figura de Ada Colau en particular, como anticatalanes, y pintar un batiburrillo ideológico en el que los comunes acaban siendo primos hermanos de la derecha ultranacionalista del PP y de Vox, a través de unos socialistas supuestamente también falangistas, es una lectura de la realidad no sólo equivocada y estéril, sino también contraproducente. Colau no es independentista, pero hizo posible poner las urnas el 1 de Octubre en Barcelona (sin urnas en Barcelona sencillamente no había 1 de Octubre posible, por mucho que las pusieran en el resto de Cataluña) y pidió en repetidas ocasiones la liberación de los presos políticos, el retorno de los exiliados y el fin de la judicialización de la política. Eran dos gestos importantes que permitían tomarse para mantener interlocución y diálogo con la que entonces era la alcaldesa de Barcelona, y una dirigente de un espacio político que tiene arraigo en Catalunya, así como proyección internacional. En su lugar, se prefirió presentarla como una enemiga de la causa, denigrarla con conjuras fantasiosas y presentarla como la alcaldesa de la suciedad y la inseguridad ciudadana. La suciedad y la inseguridad no nacen de un día para otro, sino que son la consecuencia de un modelo de ciudad, entregado al turismo de masas y la especulación urbanística, desarrollado y consolidado con las alcaldías de Joan Clos, Jordi Hereu y Xavier Trias. Colau fue la primera persona en la alcaldía (y claramente la última, viendo la ferocidad con la que Collboni retoma y glorifica este modelo) que al menos se atrevió a proponer una alternativa.
Pero volviendo al independentismo: cuando alguien defiende una causa minoritaria, o que va justa de fuerzas, lo que no tiene sentido es negarse a posibles interlocutores y aliados. Presentar a los comunes como anticatalanes era la diferencia entre entender la idea de la República como un proyecto de mejora y profundización democrática o entenderla como una lucha patriótica que depura sus propios activos precisamente por eso: por no ser lo suficientemente patriotas. El resultado es la situación de ahora, en la que los patriotas que han quedado, cargados de rencor, se depuran entre ellos.