Quemar iglesias y pasar calor

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Cremar iglesias  y pasar calor

Mi mayordomo lleva toda la tarde insistiendo en que no pongamos el aire acondicionado. Le he dicho que ni hablar porque nosotros somos de izquierdas. Como todo el mundo sabe, los de izquierdas ni ponemos el aire acondicionado, ni viajamos a Nueva York ni tenemos un Keepall de Louis Vuitton y, en líneas generales, vamos descalzos. Si fuéramos de derechas, le digo a mi mayordomo, ¡ah, si fuéramos de derechas!, todo sería realmente diferente y podríamos poner el aire acondicionado o llevar bambas de aquellas que cosen con sus propias manos unos niños dentro de un taller remoto y oscuro del cono sur. Pero como no somos de derechas, porque somos de izquierdas, ni aire acondicionado, ni bambas ni nada de nada.

Ser de derechas es, a todos niveles, mucho más práctico y te permite hacer lo que te dé la gana en cualquier momento del día o de la noche y, además, hacerlo sin tener ningún tipo de recargo de conciencia, lo cual, naturalmente, te ahorra quebraderos de cabeza de aquellos que solo se curan a base de psicotrópicos. Cuando eres de derechas ejerces la libertad a pedir de boca, o sea libremente, desairando, y aquí viene la gracia de ser de derechas, la igualdad y la fraternidad, tan y tan revolucionarias y exigentes. Por el contrario, cuando eres de izquierdas, como somos nosotros –amén de tener contratada y pagarle la correspondiente cuota de la Seguridad Social a la señora (suelen ser mujeres) que viene a casa a plancharte las camisas, cuatro horas a la semana–, tienes que intentar conjugar, talmente como un prestidigitador, libertad, igualdad y fraternidad de manera armoniosa, que qué lata, oiga, ser de izquierdas. ¡Vaya trabajo!

Después están los comunistas (yo no conozco a ninguno, ¡Dios me libre!, hablo de oídos), que se ve que son aquellos que, ya sea vestidos con una camiseta rasgada de algodón ecológico con el lema “¡no a la guerra!” impreso o en formato presidente de la República Francesa dispuesto a nacionalizar la principal eléctrica del país, plantan la tienda de camping en el jardín de tu casa y, si les parece, se instalan seis días; se comen, sin permiso –porque según ellos todo es de todos–, los filetes de lomo rebozado que tenías en la nevera preparados para la cena de tus hijos y se beben, a chorro, el Borgonya que te cagó el tió la Navidad pasada. Los comunistas, después de haber echado una cabezada en tu propia cama y de lavarse los dientes con tu propio cepillo eléctrico (te lo recomendó el dentista) gastando, desde la perspectiva ahorradora de la clase media, una cantidad demasiado generosa, ingente, de tu pasta dentífrica favorita (jasmin mint de la marca Marvis), no dudan en plantarse, de un bote, ante la primera iglesia que se cruce en su camino para prenderle fuego, porque se ve que los comunistas, otra cosa no, pero lo que sí que son es tremendamente anticlericales.

De todas maneras, tenemos una buena amiga a quien se le instaló en casa uno de estos comunistas, abastecido y muy peludo, que, además de utilizar su dentífrico y comerse su carne rebozada y, llevando a la práctica, una vez más, esta idea obsesiva que tienen los comunistas según la cual la propiedad privada es un espejismo que los lleva a creer, con firmeza, que todo es de todos, se le coló en el tálamo –no sin antes pedirle permiso, porque los comunistas son mucho de aquello del “sí es sí” y, si no les dices mucho que sí, ya no se ponen– para proporcionarle unos orgasmos de flipar que nuestra amiga todavía añora y que no recuerda que ningún señor de los de derechas de toda la vida con quienes había trasteado anteriormente fuera capaz de ejecutar, ni remotamente. Los comunistas, amiga, viven siempre en permanente estado de alarma y excitación, están a la que salta, y como tienden, además, al poliamor, se esfuerzan muchísimo más que el resto de los señores que resultan, a nivel seminal, definitivamente más conservadores y tacaños. Nuestra amiga, eso sí, tiene la ventaja de que es de centro y, por lo tanto, a ella le da bastante igual si el orgasmo le llega de la derecha o de la izquierda, ¿verdad? Mientras llegue...

Total y para resumir, que aquí estamos mi mayordomo y servidor de ustedes, plantados como dos estatuas, sin orgasmos a la vista y sudando la gota gorda. Todo ello, qué rabia, porque somos de izquierdas.

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