Las razones de tanta irreverencia
Hace tiempo que doy vueltas a sí una de las principales características morales de nuestro país no es la irreverencia. Lo digo en términos generales, pero cuando llegan las fiestas de Navidad, todo lo que veo me lo confirma. Seré más preciso: somos irreverentes con la tradición, con el pasado y con todo lo que nos identifica como nación histórica. Y, a la vez, reverenciales con lo nuevo, con las modas intelectuales y con todo lo que viene del extranjero. Es un rasgo diferencial del talante catalán. O, al menos, del pensamiento hegemónico, incluso si queda relativamente desconectado de lo que guía a los verdaderos estilos de vida individuales.
No es que quiera competir con lo que Josep Ferrater y Mora calificaba de "las formas de la vida catalana". El filósofo, desde el exilio y aún con el recuerdo vivo de la Guerra Civil, en 1955 nos imaginaba sensatos, medidos, irónicos y firmes en la continuidad como pueblo. Debo confesar que nunca me han convencido las aproximaciones que presuponen una psicología colectiva de los pueblos. Además, si desde que Ferrater y Mora escribió su ensayo hasta ahora, sólo en Catalunya, el crecimiento demográfico ha significado pasar de los tres millones y medio a los más de ocho millones de habitantes –casi otras dos veces y media–, suponer la permanencia de esos rasgos sería una quimera.
Sin embargo, soy consciente de que ahora caigo en la misma tentación psicologista. Pero es que ciclos festivos como la Navidad nos muestran bien a las claras la irreverencia con las tradiciones propias, precisamente en aras del respeto a las de otros pueblos que han llegado después. Lo explicaba con detalle la doctora Anna Jolonch en este diario hace pocos días con respecto al mundo escolar en "Navidad en las escuelas: ¿hay novedad?Y es lo mismo que vemos en muchos municipios en los que toda la decoración navideña obvia los orígenes religiosos de la fiesta y queda reducida a estimular el comercio. definiciones de catalanidad de Pere Coromines o Rafael Campalans y hasta las del presidente Jordi Pujol o Paco Candel, hemos sido –y todavía somos– más xenofílicos que xenofóbicos. nuestro entorno. Es cierto que en el caso de Coromines, Campalans, Pujol o Candel, sus miradas tenían un contexto que presuponía la "integración" lingüística, cultural y política en la nación.
En definitiva, la cuestión que planteo es doble. Primero, si esta tesis sobre la irreverencia a lo propio y la reverencia a lo forastero es consistente y podría demostrarse de una manera más sólida que con un artículo de opinión como éste. Y segundo, si la tesis fuera verosímil, habría que preguntarse cuál sería la razón de tanta ductilidad cultural y maleabilidad identitaria. Para confirmar mi tesis habría que realizar algunos estudios sistemáticos y comparativos. Y sobre las razones de la irreverencia tengo algunas sospechas.
En concreto, sospecho que debido a la falta de estructuras fuertes de poder, las de un estado propio, los catalanes no sólo hemos sido débiles en la defensa de los rasgos de identificación propios, sino que de la debilidad hemos acabado haciendo virtud al servicio de la supervivencia. Probablemente, una posición fuerte en la defensa de lo que somos, sin herramientas para hacerlo posible, nos habría hecho desaparecer. Entonces, la única manera de resistir nacionalmente hablando, de dar "continuidad" a la catalanidad –en el sentido de Ferrater y Mora–, paradójicamente, habría sido flexibles, a veces dóciles, para evitar ser arrancados de pura cepa por el Estado que nos quería, y quiere, asimilar.
Creo que esta tesis se ejemplifica bien en el terreno de la creación artística. No sólo por la disposición a absorber rápidamente las últimas corrientes globales, sino por el hecho de obsedernos con las lógicas de ruptura con la propia tradición y mostrar un gran acomplejamiento con todo lo propio y auténtico. Un hecho visible, entre más, a la hora de no atrevernos a exigir un uso de la lengua catalana aseado y pulcro, en el olvido de los grandes pensadores de no hace ni cincuenta años –ausentes de nuestras universidades– o en el notable desprecio por el propio pasado literario o musical del siglo XX. Sí: ¡los catalanes también somos lo que ignoramos!