Navidad en las escuelas: ¿hay novedad?

Belén de protesta en la plaza Sant Jaume
16/12/2025
Doctora en ciències de l'educació
4 min

Que Nadal no vaya a la escuela provoca una inmensa tristeza. ¿Por qué extraño motivo de "respeto a la diversidad" mal entendido se niega a los niños que conozcan el rabadán, la pastora Catalina, la mula y el buey, los ángeles cantante, el buen José, el muchacho, las pasas y los higos, la gallinita o el demonio escuado patrip patrap? No, no hay calendarios de adviento, ni los tres reyes, ni el susurro del silbato, o el bup-bup del perrito, y el pio-pio del pollito. No, todos estos no irán a la escuela, ni tampoco irán chiribi-chiribe a Belén, au-au, a Belén por favor.

Visitando un instituto-escuela cerca de Barcelona, ​​la directora –yo no le había preguntado nada– me dejó claro que en ese centro no se celebraba Navidad. El tono estaba satisfecho, como cuando explican que son un centro innovador o una escuela verde. Llegas en pleno diciembre y esperarías pasillos llenos de dibujos, estrellas y bolas, ¿y qué encuentras? Sólo un tió, escondite, en la entrada, como diciendo: "Sí, estoy… pero no mucho." Solo, sin compañía, viendo pasar las estrellas y preguntándose cómo ha acabado siendo la única prueba que se avecina el 25 de diciembre y el humo, humo, humo.

El tió parece haberse convertido en el elemento más aceptado. ¿Por qué hace invierno? ¿O porque trae regalos? Aunque también para algunos provoca debate: ¿tión con barretina o tiona con pajarita? Tió, ¿quieres decir? ¿Por qué, si somos escuela laica?

Celebrar Navidad o la Fiesta de Invierno sigue siendo un dilema en muchos claustros de profesores. Estos últimos años, algunos ceden un poco y son menos prohibitivos: "Podemos cantar algún villancico, pero sólo uno, sólo si…" Otros, ni eso. Lo recogía el suplemento Criaturas deeste mismo diario hace unos días: muchas escuelas públicas celebran el solsticio de invierno y maestros, niños y familias cantan juntos "canciones de invierno". Pero no en todos los casos. Desde el sentido común y la sabiduría de maestra, Mar Hurtado, presidenta de la Asociación Rosa Sensat, recordaba al ARA la responsabilidad que tiene la escuela como transmisora ​​de la cultura popular del país y de los valores comunes que comporta. Si no, "las criaturas crecen sin echar raíces en el país donde han nacido o que las acoge; no se trata de enseñar, en este caso, sino de hacer vivir".

Celebrar o no Navidad en las escuelas es un debate que dice más de nosotros que del alumnado recién llegado. Somos nosotros quienes nos sentimos a menudo en conflicto por reproducir tradiciones que ya no compartimos y que, cada vez más, resultan extrañas o incómodas para muchos en una sociedad catalana secularizada. Atribuir esta tensión a la llegada de familias de otras culturas y religiones es injusto y, sobre todo, peligroso: nos ayuda a generar racismo e islamofobia –dando pie a decir que los recién llegados nos privan de la tradición que es nuestra– bajo la falsa idea de defender la laicidad. Y nos podemos encontrar, sin darnos cuenta, bien atrapados entre fundamentalistas religiosos y fundamentalistas ateos. Porque la ignorancia del pasado y la tradición es caldo de cultivo del desprecio y el odio. Y un peligro real en el contexto de hoy en Europa.

Sin embargo, más allá de la transmisión de una tradición o cultura, ¿qué celebramos? ¿Cuál es la diferencia de mensaje según sea Navidad o sea solsticio de invierno? Aquí es donde nos jugamos mucho, si no queremos abandonar la fiesta al consumo, las lucecitas y los hartos de comida, y resignarnos a una Navidad vacía de sentido. ¿Cómo reinterpretar y dar sentido actual a los grandes relatos fundacionales? Éste es el verdadero reto, tanto para creyentes como para no creyentes.

¿Por qué la Navidad cristiana coincide con el solsticio de invierno? Si, siglos antes de que el cristianismo existiera, los pueblos de la Tierra ya celebraban la llegada del solsticio de invierno se debe a que tenía un sentido: en el momento en que la noche era más profunda y la oscuridad parecía eterna, empezaba sin embargo a percibirse una luz que volvía a aparecer y los días, paso a paso, se hacían más largos. ¿Por qué no deberíamos alegrarnos ante este primer signo de renacimiento? Mucho antes de Navidad, el primer llanto y el grito de un niño en su nacimiento ya tenía, en todo el planeta y para el conjunto de la humanidad, un carácter extraordinario, y era motivo de fiesta. Para creyentes y no creyentes, un nacimiento es la venida de la novedad. Es la posibilidad de que en este nuestro mundo viejo y cansado nos abramos a la esperanza de volver a empezar.

¿Cuál es hoy –en tiempos de malestares, guerras, hambre y desencanto– el gran desafío como educadoras y educadores frente al tiempo de Navidad? ¿Por qué no debemos invitar a los niños, sean de la religión y la tradición que sean, a celebrar la vida y la luz? Quizá el contexto pida que la fiesta, la comida y los regalos como elementos de un tiempo para celebrar, cantar y compartir retomen sentido. Un tiempo de solidaridad, de intercambio, de amistad y de cariño. No hace falta dejar Navidad sólo en manos de los escaparates, los comercios y las pantallas. Alejados de cualquier deseo de excluir o de reanudaciones identitarias, podemos volver a hacer nuestros los rituales antiguos y llenarlos de nueva vida. Y esto pasa por invitar a los niños a hacérselos suyos, haciendo que la escuela sea de nuevo un espacio para la transmisión y la emancipación. Ya lo dijo en verso JV Foix: "En el carpintero hay novedad".

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