Recuperar el futuro

1. Advertencias. Una imagen a retener: Xi Jinping en Tianjin marcando perfil diferencial frente a Trump acogiendo a Vladímir Putin y Narendra Modi. Una señal que pone en evidencia el desbarajuste exhibicionista del presidente americano y apunta a cambios significativos en las relaciones de fuerzas mundiales. Algo se mueve. No vale distraerse.

Parece que los comienzos de curso piden propósitos de enmienda, iniciativas nuevas y señales de un voluntarismo confortable. Pero es fundamental no perder el mundo de vista al hablar de nuestras cosas. Tras el episodio del Proceso, estamos ahora en una fase inercial en la que la política se mueve casi por fatalidad. Se nota demasiado que nada hay que proponer con la fuerza que da la novedad y que todos tienen dificultades para quitarse el barro de los zapatos. Las rutinas alimentan el presente y la política se hace insípida y aburrida, carente de un debate real de ideas y proyectos que puedan resultar estimulantes.

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¿Por qué esta mediocridad? Porque hay cambios profundos en las estructuras de poder de la sociedad que se van decantando paulatinamente y de momento condicionan más de lo que generan expectativas estimulantes. El peligro es que todo acabe con un incendio, en unos tiempos en que las mutaciones autoritarias dominan la escena de forma cada vez más asfixiante. Y la democracia parece estar marcada por los propósitos de los poderosos que se mueven con la impunidad que les da el nuevo sistema de comunicación.

En una entrevista en Philosophie Magazine, Curtis Yarvin, un intelectual cercano al millonario transhumanista Peter Thiel y al vicepresidente JD Vance, dice que lo que hay que hacer en Estados Unidos es "liquidar la democracia, la constitución del estado de derecho, para instaurar una monarquía autoritaria centrada en torno a un rey disfrutando de todos los poderes". Y no genera ningún escándalo. Entra dentro de las dinámicas del momento, sobre las que anda un Donald Trump que queriéndolo todo acaba regalando oportunidades a sus adversarios, sean Xi Jinping o Vladímir Putin.

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En todo caso, EEUU se ha convertido en factor de estimulación de las pasiones autoritarias. Y el fantasma del conflicto global se proyecta sobre el mundo. La máxima y cruel expresión de este clima es la vergonzosa claudicación de los países democráticos frente al genocidio –la destrucción sistemática de una población– de Gaza. Curtis Yarvin, intelectual orgánico del autoritarismo posdemocrático en Estados Unidos, al que me he referido antes, es precisamente el autor de la delirante idea de transformar a Gaza en una Riviera para propietarios ricos.

2. Inercias. Si bajamos a los espacios de proximidad todo es más prosaico pero, sin embargo, el estado de decepción inducida se palpa. Catalunya no acaba de salir de la resaca del Proceso, y ya parece haber encontrado la calma por la vía de una cierta despolitización, como si poco o mucho estuviera buscando, a tientas y sin prisa, cómo reanudar vuelo. El presidente Isla sigue haciendo de la gestión virtud, que es una estrategia de alto riesgo porque se juzga en los resultados, y no siempre es evidente. No sólo de pan vive el ciudadano y, aunque es cierto que es un momento en que las ilusiones se desdibujan, algunas formas de identificación son necesarias. ¿Es suficientemente confortable la imagen del hombre sin atributos precisos que hace de la moderación virtud? El nacionalismo conservador se convierte en paralizante mientras no se quite los fantasmas de encima y entienda que es necesaria una renovación profunda. Y así estamos, en un día que pasa año empuja que tiene fecha de caducidad. ¿Quién marcará el paso?

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Y en España se pone de manifiesto el desconcierto generalizado de la derecha –el PP en este caso–, que esconde el proyecto político para no mojarse en relación a Vox, situándose así en una dependencia creciente de la extrema derecha. El miedo a Feijóo y compañía a desarrollar una propuesta sin vergüenza y con carga ideológica es indiciaria de una inseguridad que paraliza cualquier iniciativa positiva. Ni una idea, ni una propuesta, solo un encadenado de acusaciones, sin sentido del ridículo, para la construcción de una imagen del presidente Sánchez como campeón de la corrupción. Una estrategia que genera dudas sobre su eficacia –aspirar a gobernar requiere algo más que destruir al adversario– y que, en todo caso, es una contribución al crecimiento de Vox como portavoz de la derecha en el combate ideológico. Y da a Sánchez espacio para la resistencia. De momento no se aprecian demasiadas señales para pensar que este curso puede sacarnos de estas rutinas, que ahora mismo es el extremo derecho quien capitaliza, tanto en Cataluña como en España.