Resistimos la primera oleada de la pandemia fuertes de espíritu. Enfrentados a una amenaza letal y poco conocida comprendimos, cada uno de nosotros, que había que actuar como si nos motivara una gran fe: si nos esforzábamos habría una salida. Se generó así una voluntad colectiva de supervivencia, acompañada de un estado emocional de alta intensidad, que nos permitió aguantar. La fe se vio recompensada: allanamos la curva.

Sin embargo, entonces vino la segunda oleada, y después la tercera, en la que todavía estamos. Nos habríamos podido desmoralizar. Lo hemos evitado porque, por un lado, estábamos más preparados y se ha notado. Y, por otro, porque en los dos frentes de la lucha contra la pandemia, el sanitario y el económico, hemos recibido noticias que nos han llenado de esperanza, han generado oleadas emocionales positivas y han ayudado a mantener el ánimo alto. En el sanitario, la oleada la ha impulsado la perspectiva de las vacunas, en el económico la de los fondos europeos. El optimismo, en las dos vertientes, está justificado, pero me temo que con el inicio de la implementación práctica de la vacunación y los fondos europeos se está produciendo un reflujo emocional hacia el pesimismo que si no gestionamos bien puede ser el origen de una espiral descendente.

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Con la vacunación el problema es que, en relación con las expectativas iniciales, el proceso se ha retardado. Además, tenemos la impresión de que las autoridades no están muy seguras de cuáles serán los ritmos a partir de ahora. Cuando alguna trata de asegurarnos que en verano estará vacunado el 70% de la población, no le reconocemos la credibilidad que Mario Draghi tuvo cuando nos dijo que el euro no caería. Sabíamos que Draghi disponía de los instrumentos para garantizarlo. Ahora no es el caso. El problema esencial es el suministro. No sabemos si el retraso será cuestión de días, de semanas o de meses. Y mientras tanto los rumores vuelan, las asimetrías (los colegas italianos ya vacunados) se cuecen, pequeñas trabas se magnifican y la incertidumbre aumenta más de lo que estaria justificado. Yo continúo siendo relativamente optimista. La vacuna de Johnson & Johnson se acaba de aprobar, y habrá más. No creo, digámoslo de paso, que la manera de proceder sea suspender unilateralmente las exportaciones de vacunas. No podemos ser inconsistentes. Si Europa quiere tener industria con capacidad de exportación no podemos no respetar los contratos cuando nos convenga.

Aunque sea por un periodo corto, un nuevo clima de incertidumbre en este momento tendrá consecuencias para la economía. Pone en peligro la temporada de verano, y no solo del turismo. Doy un ejemplo. La Academia Europea decidió hace tres años celebrar su conferencia anual permanentemente en Barcelona el octubre de cada año. Un beneficio no solo para la industria de visitantes sino también para la contribución a la centralidad de Barcelona en el ecosistema científico europeo. Se hizo, con éxito, en 2019 y, claro, en 2020 pasó a ser virtual. Se tenía que retomar este 2021 presencialmente. Pues jueves recibí la comunicación que sería virtual. Estoy convencido con una probabilidad muy alta que las cosas estarán bien en octubre. Pero los planes se están haciendo hoy y en el reflujo la prudencia se impone.

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En cuanto a los fondos europeos, el chasco no es todavía muy pronunciado. Pero es inevitable y habría que controlarlo ya desde ahora. Es cierto que la inyección de dinero europeo será remarcable y, por lo tanto, el gasto desde el sector público aumentará y esto será bueno para la economía. Pero también se ha insistido en que habría recursos para nuevos proyectos empresariales, no simplemente contratos. Y aquí me temo que no se podrá cumplir con las expectativas que se están generando. Hay que aterrizarlas. Creo que para los buenos proyectos empresariales de naturaleza incremental la ayuda será básicamente en forma de préstamos, quizás con un componente menor (pero que no se puede menospreciar) en forma de subvención. El factor decisivo será, pues, que ahora vivimos en un periodo, que puede ser largo, de tipo de interés bajo. Este entorno constituye en sí mismo un estímulo a la inversión. Pero esto no excluye que la iniciativa pública no sea importante: puede hacer la diferencia. Al final del día, uno de los beneficios de los Next Generation podría ser haber impulsado la formulación de una multitud de proyectos, una fracción de los cuales serán viables con una pequeña ayuda (un nudge, en terminología anglosajona). En definitiva, animar y empujar los animal spirits de los que nos hablaba Keynes. Ahora bien, será necesario que las autoridades sean sutiles en su mensaje para evitar una exuberancia que lleve al desaliento el día de mañana, o a un llamamiento al realismo que por su crudeza lo traiga hoy mismo.