En este mundo, donde un regalo va siempre envuelto y se entrega en días señalados, propongo uno que no venden en comercios y que puedes regalar a tus seres queridos cualquier día del año.
Regala calma.
Regalar calma, visto el frenesí de la vida, es un acto casi revolucionario. No me refiero a la calma superficial, sino a una serenidad profunda interior. Calma es la capacidad de controlar las emociones en situaciones de caos e, incluso, de discusión. Tendemos a pensar que, si perdemos la razón, nuestra identidad, nuestra razón de ser, nuestra persona, la imagen que de nosotros mismos durante años hemos construido, está siendo cuestionada por el otro.
Nada más lejos de la verdad. Tener o no tener razón no nos hace ni mejores ni peores personas. Somos los mismos después de una discusión donde nos han dado la razón, así como después de una discusión donde el otro la tiene. Una opinión es solo una opinión. No cambia nada. Las opiniones, de hecho, no existen desde un punto de vista existencial. Son solo eso, opiniones.
La gente no quiere que les convenzas de nada. Quiere que los escuches. Y con calma.
Pero… ¿y si somos criticados?: “Trabajas desordenadamente”, “Siempre vas con prisa y no saludas”, “No tienes ni idea de política”, “No entiendo cómo no te cambias el coche”, etc.
¿Quién no va a discutir? ¿Quién va a permanecer en calma?
En realidad, no hablan de nuestra identidad. Se trata de lo que el otro piensa o percibe acerca de una forma de actuar nuestra, quizás puntual en el tiempo. Pero no afecta a lo que somos.
Somos alma. Somos presente. Somos conciencia. Somos mucho más que lo que corremos, saludamos, desordenamos o el coche que no renovamos. De hecho, lo que hacemos no representa ni siquiera una milésima porción de lo que, como conciencia, somos.
La calma ante una crítica no es pasividad ni indiferencia; es una fuente de poder. Gandhi no solo resistía; lo hacía desde un lugar de paz. Y demostró que la calma tiene el poder de mover montañas.
Estamos demasiado ocupados en proteger nuestra identidad mental y controlar un futuro inexistente. Y ni siquiera somos conscientes de ello. Nos hemos habituado a vivir en un estado de constante alerta, por miedo.
El bienestar es vital. No mental. Y solo puede disfrutarse en calma.
Regalar calma es, en realidad, un obsequio que debemos hacernos a cada minuto y que, curiosamente, los demás reciben como suyo.