De regreso al autonomismo sociológico

El presidente Salvador Illa, el día de la presentación del plan.
26/11/2025
Doctor en ciencias económicas, profesor de sociología y periodista
3 min

Los 50 años de la muerte del dictador han llevado al primer plano el recuerdo de las luchas antifranquistas más directas, con sus héroes y víctimas. De modo que a las nuevas generaciones –ya los desmemoriados– les puede haber quedado la impresión de que la mayoría de la sociedad catalana –y española– era antifranquista. Y no es verdad. Lo que fue mayoritario fue lo que se llamaba "franquismo sociológico". Es lo que permitió que el dictador siguiera matando, con cinco ejecuciones dos meses antes de morirse en cama. Es lo que toleró dócilmente el restablecimiento de una monarquía históricamente corrupta, ya la que hace cincuenta años que se le dobla la espalda y se le hacen genuflexiones. Y también fue el apoyo popular lo que hizo posible lo que algunos todavía alaban como modélico: una Transición sin ruptura con el régimen anterior que ha permitido venerar a franquistas conspicuos –Adolfo Suárez allí, Juan Antonio Samaranch aquí–, sin que nunca nadie haya tenido que pasar por los tribunales.

La resistencia antifranquista fue mucho más allá de los héroes y víctimas que han tenido el apoyo público de las organizaciones que han hecho memoria. Porque... ¿que no era lucha antifranquista la aparición de las revistas infantiles Caballo Fuerte o Trecevientos? ¿Y que no lo era lo que hicieron tantos ciudadanos en el anonimato, incluidos curas como el de la última novela de Núria Cadenes, Quien salva una vida? Pero sea por miedo, sea por resignación, fue el franquismo social mayoritario quien aguantó al dictador hasta la muerte. Y al no haber tenido que rendir cuentas, restó un franquismo social y un franquismo institucional letárgico, tanto en la calle como en las estructuras del Estado: poco o muy mortecido a un cierto periodismo, a las estructuras judiciales y también a muchos niveles del alto funcionariado. Cuando han tocado a rebato, sin embargo, ha revivido: se ha visto las orejas y cumple sus viejos compromisos con el proyecto nacional de la dictadura.

Aparte de no olvidarlo nunca, creo que podemos aprender de todo ello una lección para nuestro post proceso independentista. Cómo escribí en El camino de la independencia (2010), el proceso nos desvelaba de ese sueño postfranquista que había hecho creer a muchos catalanes que no había otro camino que el del autonomismo constitucional. Permitía abandonar el "Ya me gustaría, pero no es posible" de cuando se hablaba de independencia. Una tenaza mental, por supuesto, extendida por la mayoría de partidos catalanistas y nacionalistas y por sus líderes, que no querían riesgos. Sin embargo, durante una docena de años incluso los que nunca habían pensado en la independencia la vieron posible. Si lo desea, se extendía un cierto "independentismo sociológico", sin grandes solidez teóricas pero emocionalmente desvelado.

Sin embargo, la derrota del Proceso ya no es tanto la victoria de la represión policial, judicial y política como sobre todo la capacidad de devolver a los catalanes al redil del autonomismo social, "sociológico", si lo desea. Es decir, de volver al "Ya me gustaría, pero no es posible", ahora con el añadido de "...tal y como se ha visto". Y de esconderse en la indiferencia, haciéndose lo despistado. Por mucho que se diga, con buena intención, que ningún independentista ha dejado de serlo, sí que hay que decir que el país está lleno de viejos independentistas reinstalados en el actual autonomismo sociológico. De modo que, si alguna habilidad hay que reconocer al presidente Salvador Illa, no es que sea, como le gusta decir, un buen gestor del país –eso está por ver–, sino que es el gran domador de las aspiraciones soberanistas, que ha conseguido que una mayoría de catalanes se vaya acomodando resignadamente –y unos cuantos, con un indisimulado en autosismo.

Como ocurría con el franquismo, la cuestión es que de las formas de conformidad o aquiescencia política de las mayorías sociales no hay que esperar una adhesión explícita, fundamentada y consciente. El franquismo sociológico no estaba hecho necesariamente de franquistas. Ni la independencia pudo consolidarse sin un sólido independentismo sociológico de perfil bajo. Tampoco el autonomismo sociológico necesita de autonomistas de corazón. Basta con que se resigne y se encoge de hombros diciendo: "Es lo que hay". Es la fuerza que tiene elstatu quo: la parte ganadora puede simular que es "todo el mundo", y la vencida aparece como excéntrica, conflictiva e irritante.

Sabemos que la niebla espesa de la sumisión, de la docilidad y de la renuncia siempre es la más difícil de esparcir y vencer. Sin embargo, hay quien tenemos presente a Joan Fuster: "No aceptas la derrota hasta que no encuentras que saldrás ganando".

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